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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

La sombra del Libertador

10 de abril de 2014 - 00:00

El Libertador agonizaba en Santa Marta. Más que las dolencias físicas que le atacaban cuando apenas tenía 47 años, le atormentaban los espesos nubarrones que veía apoderarse del cielo de su patria grande; esta América a la que había entregado todo: juventud, riqueza, sueños, energía de constructor infatigable. En junio de 1830, una noticia desgarró su corazón: el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, el más glorioso, puro y leal de sus egregios capitanes. “Dios mío, se ha derramado la sangre de Abel”, es todo lo que pudo exclamar ante el infame crimen cometido por Caínes que aprovecharon de la Independencia para su propio hartazgo. Luego le invadiría el pesimismo, al ver destrozada su grandiosa ilusión, la Gran  Colombia, y suponer que había arado en el mar.

Viéndose impedido de volver a su querida Venezuela, que él hiciera libre, se afirmó su presentimiento de que sobre nuestros pueblos iba a caer un nuevo coloniaje. Momentos antes de expirar el 17 de diciembre, lanzó, más que un suspiro, un clamor final: “Si mi muerte sirve para que cesen los partidos y se haga la unión, yo descenderé tranquilo al sepulcro”.

Ante el momento histórico de Venezuela y de todo el continente, bien pueden exclamar los pueblos: Libertador, no has arado en el mar. Tu siembra prodigiosa ya da frutos.Los partidos no cesaron ni se hizo la unión. Espadones sin conciencia, ávidos de poder y sacas de oro, oligarcas de viejo y nuevo cuño, jerarcas de la Iglesia, todos ellos agarrados servilmente a las botas de los nuevos conquistadores, se juntaron para construir el nuevo coloniaje, refrescando la horrenda maquinaria con la sangre y el llanto de las masas irredentas. Esa fue, por ejemplo, la suerte de Venezuela, hasta que advino la Revolución  comandada por su mejor continuador de nuestros días: Hugo Chávez, bajo cuya conducción retorna el Libertador, y no únicamente porque la Revolución haya tomado su nombre, sino porque ha retomado su camino, para que cese la división de los partidos, movimientos y comunidades que igualmente buscan la liberación y la vida; para que renazca, se plasme en realidad, crezca y se amplíe el horizonte de la Gran Colombia, como viene ocurriendo mediante la forja de Unasur, ALBA, Celac y otras figuras integradoras y solidarias de nuestra América.

Claro que el camino está lleno de escollos, de asaltantes y acechanzas. Los sectores que hicieron de Venezuela un gran mercado de hot dogs para el apetito de los gringos no se resignan a su destino de basura histórica, mueven y moverán cielo, tierra e infierno para reconquistar sus privilegios, para lo cual cuentan con el apoyo abierto o camuflado de Washington, y con una legión de poderosas aplanadoras mentales como son hoy los medios privados, aplanadoras destinadas a triturar la verdad de los hechos y la inteligencia de las masas, especialmente de la juventud, a la que enamoran con música estridente y bailoteos de supuesta libertad, mientras le administran drogas de toda clase.

Esto es justamente lo que vemos en la Venezuela del Libertador, por obra de sus enemigos. Pero allí también su presencia comienza a prender luces cada vez más poderosas, como es el hecho de los diálogos de paz iniciados entre el gobierno revolucionario que preside Nicolás Maduro y la oposición no fascista. Diálogos que son facilitados justamente por Unasur, cuya potencialidad crece en eficacia y prestigio, mientras la OEA agoniza sin pena ni gloria, pateada -incluso- por sus forjadores: los yanquis.

Ante el momento histórico de Venezuela y de todo el continente, bien pueden exclamar los pueblos: Libertador, no has arado en el mar. Tu siembra prodigiosa ya da frutos.

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