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El Telégrafo
Melania Mora Witt

La solidaridad a prueba

23 de abril de 2016

La tragedia que vive el país, a partir del 16 de abril, ha evidenciado dos cosas: la fragilidad de la vida humana y de los esfuerzos de mucha gente, que en segundos ha perdido su hogar, su trabajo y muchos -desgraciadamente cada vez más- sus seres queridos. En segundo término, ha mostrado un caudal solidario y fraterno, demostrativo de las mejores cualidades de nuestro pueblo. De todas las latitudes de la patria, manos hermanas han colaborado en la entrega o envío de aquellos bienes que son indispensables para quienes ya no tienen ni un techo para cobijarse.

Miles de millones de dólares serán necesarios para la reconstrucción de poblaciones enteras que han quedado devastadas. Manabí ha sido la provincia más golpeada, aunque en otras,  especialmente  de la Costa, se han producido muchos destrozos. Se han dado también, gracias al trabajo tenaz y abnegado de los cooperantes nacionales y extranjeros, rescates milagrosos de víctimas recuperadas para la vida.

Este es un momento de grandes desafíos para Ecuador. Dicen que las desgracias nunca vienen solas y la última y más grave que estamos sufriendo colectivamente llega en circunstancias muy difíciles para nuestra economía. Aunque por todas partes se organiza la ayuda espontánea para los damnificados, es insuficiente para cubrir las necesidades de la población, cuyo futuro pasa por la reconstrucción de viviendas -a veces reubicadas en lugares más seguros-, hospitales, escuelas, caminos, puentes y otros elementos de infraestructura, en los que tanto ha trabajado el actual Gobierno, en su afán de modernizar el país.

El presidente Correa ha anunciado algunas medidas que permitirán al Estado contar con recursos para iniciar la heroica tarea de poner en pie cuanto la naturaleza destruyó. La elevación del IVA en dos puntos nos afecta a todos, mientras que el gravamen a las utilidades, al patrimonio superior a un millón de dólares y la entrega de un día de salario por cada 1.000 dólares percibidos afectan a quienes más tienen y que en esta gran minga nacional deben aportar de acuerdo a sus recursos.

Lamentablemente parece que la solidaridad solo es una bonita palabra en ciertos círculos sociales. Se la proclama y alaba, en tanto no signifique sacrificar el bolsillo, especialmente cuando es muy grande. Pero apenas se sienten afectados -aunque sea en situaciones extremas como la presente-, la fraternidad termina y comienza el ataque a un gobierno que, de acuerdo a sus principios, exige de todos un sacrificio, que debe ser mayor en los más afortunados.

Más que a la razón hay que llamar a la sensibilidad frente a lo ocurrido: quienes debemos aportar, de una u otra forma, estamos vivos, igual que nuestras familias; la mayoría trabaja y tiene donde vivir. Nuestros hermanos no tienen  nada. Sus sueños y esperanzas se han desvanecido y apenas les queda aliento para tratar de sobrevivir. Es el momento de demostrar que estamos a la altura de lo que Ecuador necesita y que esa solidaridad tan nombrada es una característica real de todos los que nos cobijamos bajo el tricolor patrio. (O)

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