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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

La soberanía del consumidor

23 de junio de 2014

Viejo tema del pensamiento liberal y actualizado por el neoliberalismo ha sido la consigna de la centralidad del individuo-consumidor en lo que llaman sociedad natural; donde cada persona se realiza a su voluntad en el marco del mercado como fuente suprema de reasignación de recursos y capacidades para la articulación social y como base estructural de las compensaciones que los individuos recibirían por su comportamiento apropiado a la lógica de la competencia espontánea y a la innovación tecnológica.

Este tipo de pensamientos y consignas fueron consolidándose sobre la articulación de un mercado global exigido por las grandes corporaciones para la mundialización del mercado capitalista financiero estadounidense; sumado a la masificación de bienes y servicios cada vez más baratos que han recreado una falaz y engañosa justicia distributiva y un falso Estado de derecho  que sí ha respondido a las exigencias de las transnacionales y sus filiales locales.

La proclama de la soberanía del consumidor llevó a la política a convertirse en un enlatado más de las promociones del marketing en sus redes de supermercados partidarios, poniendo en percha una falsa representación política. Fue así que la lógica del consumo aplicó su fórmula de la competitividad espontánea de los mejores por sobre los menos capaces; estratificando quiénes debían y deben ser merecedores de lo mejor que produce la sociedad.

Entonces, la soberanía ya no radicaba en el pueblo y menos aún tenía al Estado como su garante; por el contrario, la soberanía fue situada a la capacidad adquisitiva del dinero, del crédito y la ambición de acumular bienes que representarían el éxito social y la realización personal.

En consecuencia, la persona tenía que transformarse en individuo consumidor porque sería la única vía para convertirse en ser humano civilizado, moderno y modernizado por la lógica pura del mercado capitalista. La paradoja de todo esto es que ciertas “izquierdas” de falsa radicalidad, reproducen el modelo de la soberanía consumista, en tanto, exigen del individuo o del colectivo un comportamiento natural frente a su “oferta” libertaria; pero a la vez delimitan las fronteras de su relación con la masa social a la cual dicen representar, asumiéndose ser la etiqueta comercial de la misma. Hacen “crítica” invocando a Benjamin, Agamben o Gramsci -estropeándolos- como el sello de distinción epistemológica de clase clarificada; de pureza conceptual tal cual la “pureza del libre mercado” al cual dicen combatir, pero lo celebran cada fin de semana…

Por eso es urgente y necesaria la innovación política: pasar del éxito de las cifras, de los números a la innovación ideológica, de principios y valores; y así recuperar permanentemente la soberanía de la política de la atrofia del consumo colectivo obsesivo.

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