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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

La sabiduría de un Maestro

15 de abril de 2016 - 00:00

Un joven se acerca a su Maestro (con mayúscula) y le dice: “Maestro, ¿por qué me siento tan poca cosa? Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”. El Maestro le dijo: “Cuánto lo siento muchacho. Debo resolver primero mi propio problema. Quizás después”. Haciendo una pausa, agregó: “Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este asunto con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar”.

“Encantado, Maestro”, dijo el joven; pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades quedaban postergadas. “Bien”, asintió el Maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de su mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó: “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete  y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas”.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Algunos lo miraban con poco interés. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, unos cuantos reían, otros se alejaban molestos; solo un viejito fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio del anillo. Con el afán de ayudar, alguien le ofreció dos monedas de plata; pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -abatido por su fracaso- montó en el caballo y regresó.

El joven entró en la habitación y le dijo al Maestro: “Lo siento, no fue posible conseguir lo que me pediste. Quizás se podría venderlo en dos monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo”. “Qué importante lo que dijiste -contestó sonriente el Maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete donde el joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras venderlo y pregúntale cuánto ofrece pagar. Luego de que escuches la cantidad, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo”.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó cuidadosamente el anillo, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo: “Comunícale al Maestro que si lo quiere vender ya, no puedo darle más de 58 monedas de oro”. “¡58 monedas!” –exclamó sorprendido el joven. “Sí -replicó el joyero-. Yo sé que si dispusiésemos de más tiempo podríamos obtener 70 monedas de oro; pero no sé si la venta es urgente”. El joven –emocionado- retorna a casa de su Maestro a contarle lo sucedido. Lo escuchó atentamente y dijo: “Tú eres como este anillo, una joya valiosa y única. Y como tal, solo puede evaluarte verdaderamente un experto. Y ese experto solo puede ser el que te creó. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?”. El Maestro, con mucha calma, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda. (O)

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