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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La muerte de un artista

08 de enero de 2016 - 00:00

Luis Silva Parra ha muerto. Una cruel enfermedad, lo ha consumido en pocos días, generando dolor e incredulidad, en la familia, los amigos y de todos los que admiramos su arte. El saxofón quedó en silencio perpetuo y en espera de su cultivador eterno. Lucho, como lo llamábamos con respeto sus amigos recién llegados, provenía de una antigua saga de trabajadores de la música y la literatura, que llevaron el duro oficio de mostrar a generaciones los bellos artificios musicales que encantan y que a veces alivian los pesares del corazón humano. Y evidentemente son superiores a los utilizados para matar y destruir u obtener con codicia la opulencia de la fama.

Ahora descansa en paz, en la tierra que amó, y en la que trascendió como un amante fiel de las tradiciones de su pueblo, y que construyó fructíferas estancias terrenales, donde algunos seres humanos, como él,  generaron, y continúan haciéndolo; acción académica para el arte, sin olvidar la sabiduría generosa de la cultura popular, que es cantera inagotable y certidumbre invencible del talento y sostienen la posibilidad del arte musical, sin visión de beligerancia mediática y excluyendo las bambalinas del orgullo o la vanidad.

Libre, sin dubitaciones, con pluralidades reconfortantes, por los éxitos de sus presentaciones, en teatros con luminosidad y sonido potenciados o en la intimidad de fiestas familiares, la alegría de su ser, con ingeniosas frases, despiertas y actuantes, que acompañaron siempre a la estética de sus actuaciones, que será difícil volver a encontrar, pues su voz atildada no acudió jamás al epíteto grosero o al chascarrillo infamante. Las comparecencias artísticas de los dichos, compartían su hermoso bagaje de armonías y ritmos bajo la atinada dirección de su enjundia musical.

Por ello el recogimiento reverente de sus camaradas en la música y en la vida, en sus honras fúnebres, desarrolladas el 31 de diciembre del año que se fue, y con él, no fue. Y es que personajes de su talla musical, humana y social permanecen, aun y a pesar de la avaricia y codicia del tiempo. Las huellas de disciplina, humildad, y su afanoso trabajo por enseñar y dar lo mejor de sí, a su público, es un ejemplo para la pléyade de intérpretes musicales que se forjan en nuestro país.

Fue un gran elegido para el Premio Nacional de Cultura, que el gobierno de la Revolución Ciudadana le entregó con toda justicia, y lo recibió con su comportamiento auténtico, constitutivo de altos valores, de humildad e ironía, acción pedagógica transmitida a sus hijos y nietos. El mayor galardón que el Estado otorga -y que algunos buscan desde lo incierto o sosteniendo evidencias de una secreta ambición, plausible o metafórica, que suelen alojarse en la contradictoria alma del hombre-. Pero que a él no lo cambió o transformó, ni siquiera un ápice, su actividad formativa, su vida personal y familiar continuaron, con su carácter un tanto iconoclasta.

El 30 de diciembre de 2015, Luis Silva Parra inició su viaje hacia lo ignoto, a aquel lugar del que no se puede regresar, ni siquiera enfundado en algún revestimiento tenaz. Lo ha hecho acosado por una potencia mayor, que con la pausa del asombro venció en la batalla humana por la sustantividad. Y montó el gran vacío de su ausencia física, junto a la pena y la añoranza de quienes lo conocíamos. No obstante, lo imperecedero de su obra nos lega a todos su espíritu indomable, por siempre. (O)

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