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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

La maestra rural

28 de agosto de 2014

Tema poco estudiado por nuestra historia es el de los maestros rurales, personajes fundamentales en la vida ecuatoriana del siglo XX, cuando la educación ‘pública, laica y gratuita’ creada por Eloy Alfaro se extendió por todo el país. Y dentro de este tema hay otro todavía más interesante: el de las maestras rurales, aquellas mujeres que estudiaron la carrera del magisterio y dieron vida a un curioso proceso de feminización docente en la educación pública.

Mujeres jóvenes y con vocación de servicio, generalmente hijas de familias de clase media, las maestras rurales llevaron la luz del alfabeto y los secretos de la aritmética a campos y anejos olvidados, a donde se llegaba por trochas de montaña o caminos de herradura y donde no había luz artificial ni agua entubada. Eso templó su carácter y las convirtió en agentes del cambio social.

Combatiendo contra la ignorancia y los prejuicios, y a veces contra la animosidad del cura de la parroquia, esas maestras actuaron como un motor de cambio en aquellos rincones de nuestra geografía. Porque no solo enseñaron las primeras letras y las cuatro operaciones aritméticas a los niños del lugar, sino que también alfabetizaron a los adultos y los ilustraron en temas de cuidado personal y economía familiar, y se empeñaron en unir a la comunidad para tareas de beneficio común.

Un buen ejemplo de esas mujeres abanderadas del progreso ha sido mi maestra de primeras letras, a quien todos su alumnos conocían como la ‘señorita Amada’. A los diecisiete años se inició como maestra en Pita, entonces un pequeño anejo tropical situado en las tierras bajas de la provincia de Bolívar. Como dijera Gabriela Mistral en su bello poema, la maestra era pura, pobre, alegre y sabia.

Años más tarde fue ascendida, tanto literal como simbólicamente, a la región andina de su provincia, donde laboró sucesivamente en Cochabamba y Achachi. Y ahí estuvo varios años, hasta que finalmente fue trasladada a una escuela de su pueblo natal, Chapacoto, donde llegó a ser directora de la escuela de niñas.

Pero sus hijos se fueron a estudiar en Quito y ella decidió ir tras ellos, para cuidarlos y gozar de su compañía. Para ello renunció a su función y aceptó irse de maestra rural a San Antonio de Pichincha, con la más baja categoría docente. Y ahí se estuvo hasta que un concurso de méritos le permitió convertirse en directora de una escuela quiteña, función en la que se jubiló.

Hoy la ‘señorita Amada’ tiene 93 años de edad y todavía se mantiene lúcida. Conversadora incansable, gusta rememorar el ‘Alfabeto para un niño’, de José Joaquín de Olmedo, recitar sus propios poemas o embromar con sus adivinanzas, que hace años recogió y publicó en un libro. Y de tarde en tarde recibe la visita de sus discípulas y discípulos, que le guardan especial afecto.

Como ya lo habrán adivinado, la ‘señorita Amada’ es mi madre. Y en ella rindo homenaje a todos los maestros rurales de nuestra patria, que siguen en la brega.

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