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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

La hoguera del odio

10 de marzo de 2016 - 00:00

En nuestro país, durante el segundo mandato de Eloy Alfaro, a comienzos del siglo XX, se desató una avalancha de acusaciones, denuncias y amenazas provenientes de la derecha ultraconservadora y de militares corruptos y ambiciosos, tipo Leonidas Plaza Gutiérrez, empeñados en frenar las reformas radicales que animaban  al alfarismo. Los medios de comunicación vinculados a tales sectores fueron los portavoces de esa maligna campaña, destacándose por su agresividad El Comercio, de Quito. “Triturar a la víbora” era lo más suave que proclamaba esa campaña. Rápidamente las llamas fueron creciendo y tomaron cuerpo con motivo del levantamiento del general Pedro J. Montero, que reivindicaba  los valores de la Revolución Alfarista.

En esas condiciones, El Viejo Luchador retornó al país en enero de 1912, con declarados fines de buscar la conciliación y la paz alteradas por la guerra civil, en que fue derrotado Montero. Con la garantía de los cónsules británico y norteamericano, se suscribió en Durán un armisticio que garantizaba la vida y la libertad de los alzados y del propio Alfaro. Cumpliendo consignas, los extremistas hicieron tabla rasa del armisticio y el 25 de enero asesinaron en plena gobernación de Guayaquil  al general Montero. Su cadáver fue arrojado desde los balcones a la calle y una horda canibalesca lo decapitó, paseando la cabeza en una pica, mutilándole los órganos genitales, que se lanzaban unos a otros en medio de estruendosas carcajadas. Conducidos de urgencia a Quito, Alfaro y un grupo de sus valerosos capitanes fueron asesinados el 28 de enero en el Penal García Moreno, los cuerpos de las víctimas arrastrados hasta El Ejido, donde se los ultrajó e incineró en una danza macabra de asesinos borrachos. Es la trágica y espeluznante historia de la “Hoguera Bárbara”.

La historia volvió a repetirse el 30 de septiembre de 2010, durante la rebelión policial (que contó con el apoyo de varios jefes militares), durante el fallido golpe de Estado y el eventual magnicidio del presidente Rafael Correa, en un desembozado intento de acabar con la Revolución Ciudadana, que a pesar de sus limitaciones y errores, ha marcado rumbos de cambios definitivos en el país. Como la intentona fracasó, hoy los sectores contrarrevolucionarios han vuelto a la carga con renovada furia, arrojando diariamente más combustible para alimentar las llamas del odio y, además, del miedo, en el insano afán de implantar la restauración conservadora neoliberal, por cualquier medio, si no les alcanza el tiempo ni las fuerzas para ganar las elecciones de 2017. Para lograrlo, todo es bueno: el calentamiento de las calles, la difamación, el insulto, la ola de denuncias sobre  corrupción administrativa y supuestos atropellos, la violencia contra la fuerza pública, etc., etc. Y claro: el empleo de los medios privados y de las redes sociales en forma audaz e impune.

Por cierto, no se trata únicamente del caso ecuatoriano. El mismo libreto se aplica en todo el continente. En Argentina, contra Cristina Fernández; en Bolivia contra Evo Morales; en Brasil contra Dilma Rousseff y Lula; en Venezuela contra Nicolás Maduro, en este caso incluso recurriendo a la OEA, esa vieja alcahueta de los  dictadores  y del intervencionismo yanqui.
 

Ver solo el árbol y no divisar el bosque, en este caso,  es propio de miopes  políticos o ciegos de conveniencia, pues fácilmente se encuentra el lazo de todos estos movimientos en la mano del imperio y su instrumento archicriminal: la CIA.  (O)

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