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El Telégrafo
Gustavo Pérez Ramírez

La genética y las guerras

07 de febrero de 2016

Sorprendente la técnica de biología e ingeniería genética descubierta en 2012 para modulación e impresión de genes, perfeccionada el año pasado “al punto de poder manipular el ADN, corregir mutaciones e incluso diseñar ADN de manera caprichosa”, como reportaba el doctor César Paz y Miño en su artículo ‘Lo mejor en ciencia en 2015’.

Las implicaciones de orden ético y jurídico son complejas, especialmente ante el hallazgo de científicos que han concluido que la genética puede estar implicada y hasta determinar el nacimiento de individuos con tendencia al crimen.  

Habría dos tipos de genes relacionados con crímenes violentos que implican que la tendencia a la violencia podría ser genética. Se cita un estudio de 900 reos finlandeses en prisión por crímenes, que comprueba que entre el 5% y 10% de los prisioneros extremadamente violentos, varios eran portadores de dos genes que los predispondrían a ese tipo de comportamientos, y que aunque  no todos los que poseen esta particular combinación genética son personas peligrosas, están en riesgo de desarrollar conductas criminales.

Entre las conclusiones sobre el  gen guerrero, se afirma que suele manifestarse casi exclusivamente en hombres, ya que está ligado al cromosoma X. Las mujeres también pueden tenerlo, pero su efecto sobre el comportamiento es muchísimo menor.

O sea que habría genes guerreros que impulsan el apetito de violencia e inhiben  comportamientos de mutuo entendimiento y diálogo.

Ahora bien, si en el código genético se encuentra depositada hasta la conducta de los organismos, cabría pensar entonces en modificaciones, como se buscan tratamientos efectivos para enfermedades como el Parkinson, la depresión, la esquizofrenia, la epilepsia, las adicciones, tema científico con delicadas consecuencias éticas, pero que apunta a un avance en el proceso evolutivo hacia el dominio de la inteligencia, tan poco utilizada hasta ahora para la solución de conflictos.

Es de lamentar que muchos descubrimientos científicos destinados al uso pacífico y al desarrollo de la humanidad se pongan al servicio de la guerra. Así la neurociencia se está  utilizando al servicio de las guerras. Se  investiga cómo aviones de comando a distancia podrían ser controlados con el cerebro humano. Ya los drones se han convertido en ‘máquinas asesinas’. En el reciente  Foro Económico Mundial de Davos se debatió si se debe permitir el desarrollo de ‘robots asesinos’.

Para una economía capitalista, no estando al servicio del hombre sino del mercado, no hay límites en cuanto a la búsqueda de hegemonías y riquezas. Concuerdo con quienes dicen que “es de esperar que la humanidad sepa usar estos avances en su beneficio y no en su destrucción”, a condición de que no sea una espera pasiva. Hay que comprometerse a defender el bien común.

Abogo ante todo por un cambio cultural, que dé prioridad a los valores de racionalidad, solidaridad y al diálogo para la resolución de conflictos en vez de apelar a la fuerza bruta, hoy tan sofisticada con  los armamentos de guerra. (O)

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