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El Telégrafo

La espada y la pared

09 de junio de 2011 - 00:00

¿Cómo explicar que el país-ejemplo de la región, aquel parangón de crecimiento económico desenfrenado alabado constantemente por nuestras élites, haya escogido al único candidato presidencial que podría potencialmente amenazar a su modelo económico?

O los peruanos no acaban de entender las inherentes bondades de la mano invisible del mercado, o algo no está funcionando en aquel paraíso terrenal del crecimiento “a lo chino”. Si bien la pobreza por ingresos ha seguido el declive general suramericano, bajando alrededor de 15 puntos a lo largo de la última década, la pobreza medida por necesidades básicas insatisfechas perdura inmutable en el tiempo. La histórica desigualdad regional peruana, en particular aquella brecha entre los Andes y el litoral, no logra ser atenuada. En  2009, el 53,4% de los serranos, pero solamente el 19,1% de los costeños, era pobre.  A nivel departamental, el contraste era aún más llamativo: el 77,2% de los habitantes de Huancavilca era pobre, frente a apenas un 13,2% de los habitantes de Ica.

Gran parte del crecimiento peruano es fruto de la minería, que, además de una bonanza sin igual, también conlleva altos niveles de contaminación ambiental y una conflictividad social y étnica, por ahora entumecida por las sobras del fruto de la extracción, pero latente y presta a reventar en cualquier momento.

Es de celebrar entonces que Ollanta Humala se haya comprometido a una mayor redistribución de la renta del crecimiento peruano y de una mayor presencia de un Estado hasta ahora ausente. El problema de Humala es que Perú no encara aún el desmoronamiento de su modelo económico y que, por lo tanto, no existe un mandato histórico arrasador para cambiar las reglas del juego. Consciente de esto, Humala tuvo que moderar su discurso para ser elegido; aunque aparentemente no lo suficiente para evitar la mayor caída bursátil diaria de la historia del Perú (más del 12%) el día después de su triunfo. Su elección fue, a la final, la suma de la voluntad de un 30% de votantes convencidos de su mensaje redistribuidor en la primera vuelta electoral, y de un 20% de electores que, habiendo optado por la derecha en la primera, se rehusaron a votar por la hija de Fujimori en la segunda: ¡no exactamente un mandato revolucionario!

Entre el deseo de tranquilizar a élites decididas en no dejar que se les escape este momento de bonanza y la voluntad de cumplir con las promesas hechas a los desheredados del modelo, el futuro de Humala luce incierto.

Necesitará algo más que “cintura política” para tener éxito.

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