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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

La constante reaccionaria

22 de enero de 2016 - 00:00

Se afirma, y con sobrada razón: “Si el mundo no tuviese tan mala memoria estaría más cerca de Dios”. El olvido social y político es uno de los pecados capitales que, sin estar en las Sagradas Escrituras, aqueja gravemente a sociedades, en América y en el orbe. Los retazos de hechos que se conocen por interacción mediática, o peor aún, los que la prensa monopólica oculta, en relación a las situaciones políticas en el continente, es necesario que se las conozca más allá de lo grotesco de las franquicias radiotelevisivas. Luego de los comicios en Venezuela y Argentina, la perspectiva de restitución del viejo manejo oligopólico, depredador de libertades logros laborales, ha instalado medidas lesivas contra el pueblo. Como en la fábula de Caperucita, el poder derechista disfrazado de abuelita es el lobo feroz ávido de riqueza -léase los recursos naturales- que quiere devorarlos.

Errores atroces, corrupción desenfrenada, alineamientos nacionales e internacionales nefastos de estos mismos que en el pasado fueron poder y que hoy aparecen como adalides de honestidad, generaron la reacción de los pueblos nuestros que optaron por cambios profundos con  políticas patrióticas. En la patria del Libertador -aquel a quien parricidas de la derecha venezolana sueñan borrar de la historia- se están dando acciones de provocación infame. El retiro de la imagen del líder Chávez y la de Bolívar del recinto legislativo de parte del presidente de la Asamblea Nacional que, según Eva Golinger, fue tasado de “grosero y arrogante” por Brownfield, exembajador de EE.UU. en Venezuela entre 2004-2007.

El comentario decidor de quien fue un conocido aliado de la trama facciosa urdida en tierra de Chávez constata entonces esta antología de perversidades que se anida en estos perdonavidas de aldea, ayatolas de trastienda, que se consideran dueños de la tierra venezolana y de su devenir. Por tanto, hay  que diseccionar qué demanda tanta belicosidad reaccionaria. ¿Quizá azuzar las tensiones o exacerbar la tirantez social con enfrentamientos que posibiliten réditos electorales o una intervención militar extranjera que cambie la geopolítica de la región, traiga la guerra desde el Medio Oriente a nosotros y, con ella, la destrucción de todos?

En Argentina, después de la posesión del presidente Macri, que ganó los comicios con un poco más de 1 punto sobre el candidato Scioli, se dictó una serie de órdenes nocivas para la salud popular. En un mes de  gestión se han generado graves dificultades a la población, en lo social y financiero. La devaluación cercana al 40% ha diluido salarios proletarios y obvias alzas de precios. De un plumazo se envió al paro 65.000 obreros. Hombres de empresas copan ministerios, gerentes de negocios privados tienen las riendas del Estado. La extinción de  subsidios al transporte, energía; la soberbia del ministro Prat al retar a los gremios: “Salarios o cambio de empleo”, son muestra palpable del ente empresarial que gobierna.

Igual la hostilidad a entidades de DD.HH. históricas, como Abuelas y Madres, son viles. Activistas sociales, como Milagro Sala, son detenidas. El acoso selectivo de medios y periodistas: Tiempo Argentino no se publica; el riesgo de que las revistas 7 días, Cielos Argentinos y las radios: América, Espléndida, Rock and Pop y un canal de TV de esa empresa sigan esa vía es posible. El cese de Víctor Hugo Morales, con 30 años de labor, genera la queja social. De nuevo, entonces. ¿Qué busca el régimen? ¿Un choque violento que origine dictaduras como las de antaño o solventar el autoritarismo como figura real de gobierno? En suma, hitos malvados que, insertos en la multitud de sucesos cotidianos, bien pueden ser padres de hechos futuros duros. A propósito, ¿qué han dicho Fundamedios, la UNP y la SIP de estos atropellos? (O)

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