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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

La confrontación

12 de febrero de 2015

Hay una crítica frecuente que se dirige al presidente Rafael Correa, y que tiene nombre propio: la confrontación. Se asevera que el Mandatario confronta con todo el mundo todo el tiempo, especialmente durante las sabatinas. Esto -se dice- le quita tiempo para gobernar.

Las notas más agrias al respecto, como es obvio, proceden del campo variopinto de la oposición, pero también hay quejas de muchos de los propios partidarios y simpatizantes de la Revolución Ciudadana, que desearían sanamente que el Presidente no gaste sus valiosas energías en tal ocupación.

Situemos las cosas en su punto: uno de los grandes logros de Rafael Correa como líder consiste justamente en haber llevado a cabo, en forma incisiva y hasta despiadada, la confrontación política. Eso de bajarle la orgullosa peluca a los pelucones, pararle el carro a la “prensa corrupta”, dejar en cueros a la partidocracia y poner a la luz del Sol las vergüenzas y desvergüenzas del neoliberalismo, configura un mérito histórico de Rafael Correa, pues antes todos estos males eran soslayados o, peor aún, merecían el culto y la reverencia de un pueblo acostumbrado al azote de los mayordomos y caciques del país. Esas vacas sagradas pastaban a sus anchas en el suelo de la patria, conducidas desde lejos por el ganadero mayor: el Tío Sam.

Por lo demás, aquí y dondequiera, en cualquier época, la política ha transcurrido y transcurrirá en medio de agudas confrontaciones ideológicas, sociales y culturales, a lo cual se agrega siempre el carácter de los individuos, de las personalidades. Esto en las pugnas ordinarias por el mantenimiento o la conquista del poder. ¿Qué decir de las revoluciones de ayer o de hoy? ¿La independencia de  Estados Unidos no fue el resultado de sangrientas confrontaciones con Inglaterra? ¿Y la Revolución Francesa, con la guillotina de por medio? ¿Y la epopeya de la Independencia, conducida por Bolívar, que en su momento decretó la “guerra a muerte”, sin piedad para los españoles o sus secuaces? ¿Y las revoluciones de México, Rusia, China, Cuba, Vietnam, Argelia? Y entre nosotros, ¿acaso la Revolución Alfarista fue un juego de carnaval, con su larga lista de héroes y de mártires? ¿No hubo bandas de conservadores asesinos dirigidas por el obispo Schumacher? ¿Tal vez resulta una leyenda aquello de la ‘Hoguera Bárbara’?

Se argumentará que esas crueles y colosales confrontaciones se dieron al calor de grandes revoluciones, mientras en Ecuador la Revolución Ciudadana, en mucho, es un proceso en marcha, incompleto, con numerosos vacíos y con muchas fallas. Eso no disminuye la necesidad y la validez de la confrontación. Pero ciertamente no se puede vivir únicamente en ella ni solo atacando objetivos cuya importancia está menguada. La confrontación, en todo caso, debería orientarse a desenmascarar, golpear y abatir otros obstáculos y adversarios. Por ejemplo, el Gobierno y su principal fuerza de sustentación política, Alianza PAIS, no han logrado deshacerse de ese lastre ya condenado por ellos hace un año, luego de las graves derrotas electorales de febrero de 2014: el sectarismo. Este mal que divide a quienes son partidarios de la misma causa, posterga o menosprecia a individualidades, sectores y grupos que son absolutamente necesarios en un proceso de cambios, mientras frecuentemente levanta figuras sin valor alguno o que bien pueden ser quintacolumnistas procedentes de filas enemigas. ¿Y qué decir de la corrupción que infecta a numerosas entidades del Estado o gobiernos seccionales arrimados a su línea?

El pueblo, los partidarios y simpatizantes, desesperan por ver que los casos de corrupción se ventilen a la luz del día, que el Gobierno y sus fuerzas políticas abran una gran campaña de salud institucional y ciudadana, sancionando a los corruptos en la medida de sus faltas, con la degradación pública, las penas económicas y la cárcel, cuando haga falta.

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