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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

La condición del ladrón o la lógica politiquera

07 de septiembre de 2016

Me lo dijeron en mi cara, pero triangulando hacia otra persona: a mí el Gobierno me paga para que diga cosas buenas de él. Yo defiendo la mayoría de actuaciones del régimen porque recibo dinero, si no, no se puede entender por qué lo haría. Ya otra vez, antes, una persona que consideraba medio inteligente y además mi amigo, me acusó, entre chiste y chiste, de vivir a base de una dieta de sándwiches donados por Alianza PAIS, porque de otra manera no entendía cómo podía aprobar la labor de este Gobierno.

Más allá de la identidad de quienes afirman tales cosas, y más allá de los lugares comunes de los rumores y de las acusaciones entre diferentes bandos políticos, vuelvo a pensar en aquellas sabias palabras del refranero que afirman que suele juzgar un ladrón por su propia condición. Pero no solamente eso, también existe la arrogancia de quien piensa y afirma que, si no eres de mi propia ideología, eres tonto, o eres malo, o nadie puede pensar diferente a mí si no es por medio de un soborno, aunque sea gastronómico. O peor aún: si no piensa igual a mí es, per se, mi enemigo personal. Y le declaro la guerra, aunque jamás en la vida me haya tocado un cabello. No importa cuán larga y profunda haya sido la amistad que pudo habernos unido, pues lo que no se tolera es que alguien se permita tener una opinión o creencia diferente.

Esa es la lógica del pensamiento político de algunas personas, y no importa la tendencia, sino la maledicencia y, en últimas, las ganas de hacer daño a la honra ajena.

Porque no conciben que alguien pueda creer en algo y defenderlo por convicción, sobre todo si la creencia contradice sus inamovibles opiniones. Y entonces patinan en la relación de causas y efectos que manejamos algunas personas: creo y valoro la mayoría de cosas que este Gobierno ha hecho, por eso escribo en EL TELÉGRAFO y recibo unos honorarios por esa tarea (no un ‘sueldo’, como rezaba la acusación). Pero para ciertas mentes abstrusas y de pensamiento totalitario se invierte el silogismo: le pagan (aunque sea en sándwiches) para hacerle decir cosas a favor del Gobierno, aunque no las crea. Ergo, se ha vendido. Aparte de que… ¿qué hay de malo en recibir unos honorarios por un determinado trabajo? ¿No se puede?  

Es ofensivo, pero no solamente eso, porque finalmente se termina por tomar las cosas como de quien vienen. Más bien es triste, porque demuestra no solamente mala leche y maledicencia, sino también las verdaderas motivaciones de quien lo critica. Como reza otro dicho: “Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”.

Porque siendo sincera, y perdón que utilice la primera persona, si bien se puede no estar de acuerdo con lo que otra persona piensa y afirma, hasta hace muy poco tiempo, jamás se me pudo haber ocurrido, y peor pude haber afirmado, muy suelta de huesos, que tal o cual persona no tiene mi misma ideología política y lo expresa porque le han dado un sándwich, una cena o una equis cantidad de dólares. Pero ahora, como veo que tanto lo repiten, estoy empezando a pensar que a ellos sí les han de estar pagando algo más que unos honorarios o un salario… ¿No les parece? (O)

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