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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

La anomalía Correa

05 de septiembre de 2016

Las posibilidades históricas de que un líder como Rafael Correa irrumpa en el escenario de una sociedad como la ecuatoriana son altas, sobre todo, si consideramos un dato no tan azaroso: aparece en el año 2005. Sí, en la primerísima etapa de un siglo y en el apogeo de las tecnologías de la información. Porque no hay que desdeñar que el tiempo, cruel mensajero del destino social, es una variable que da sentido a los acontecimientos y marca ciclos, rupturas, tradiciones, conflictos y perfidias.

Empezar un siglo y operar la tecnología -casi ubicua-, en términos políticos, han sido los sellos de identidad del correísmo durante 10 años. Así, de su influjo, nada se deduciría si no notáramos que precisamente estos dos factores determinan el valor de un proyecto que combina razón y fe (buena o mala). Por supuesto, utilizo las dos palabras para perfilar algo que la modernidad -asumida desde la dependencia tecnológica- concibe como fuerzas sociales constantes y no siempre enemigas.

En el correísmo la razón y la fe se concentran en el líder: Rafael Correa es capaz de usar el artefacto de la economía (para operar la recesión o resistir los límites de la dolarización, por ejemplo), y también es capaz de mostrar la mala fe (para sancionar la audacia de los paganos, por ejemplo). Semejante astucia política, en el más amplio sentido, le permitió fundar un proceso (su doble Gobierno) en el que las acciones de un gobernante, como nunca antes, son observadas en la pantalla personal de cada ciudadano (o de la mayoría de ellos). Por eso, es el primer Gobierno hiperexaminado por múltiples audiencias -concretas o virtuales-; y el Estado, esa vieja abstracción, devino en algo concreto, cotidiano, útil; tanto, que su sola mención aviva en los adversarios la certeza de que es un monstruo al que hay que matar lo más pronto posible.

Todo gracias a la pedagogía del siglo: la tecnología. Tiempo y utensilio que, fatalmente, trivializan el hecho político actual a través del conveniente uso de la sujeción colonial de las mentalidades. Una sujeción que nos atrapa en la idea de que el correísmo es una expresión más del caudillismo del siglo XX; pero esconde los vectores de la historia, es decir, los tiempos sociales y políticos de los tres quinquenios del siglo XXI en Ecuador. En otras palabras: la tecnología ha creado dispositivos para seguir usufructuando de la sujeción virtual de las mentalidades; ergo, echa al tarro de la basura todo aquello que huela a historia, a público, a Estado, a poder político. Dije mal, no es la tecnología en sí, es la inercia de los usos tecnológicos en las manos o las tenazas de quienes opinan que la historia es un clic, un link, un millón de seguidores.

Tiempo y tecnología: aliados y enemigos. Como la razón y la fe. El contraste radica en que el Ecuador (a inicios de siglo) tuvo en su hoja de ruta la aparición y la disposición de la anomalía Correa. Y a pesar de la sujeción colonial de las mentalidades, esa singularidad abrió una grieta en el siglo y también cultivó -y cultiva- los usos tecnológicos con una fe solo comparable a su razón política anómala. (O)

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