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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Hugo Idrovo y la amistad traicionada

07 de febrero de 2016

No habría querido escribir de esto, pero ya es demás. Un sesudo periodista ha denigrado la amistad, traicionado los valores y principios que de esta derivan, no para tapar algo o para ser cómplice de nada. Ha pasado a la posteridad maldita la carta contra Hugo Idrovo, desde la pluma aplaudida del sesudo periodista, por el ‘delito’ de haberse autoproclamado ‘borrego’, de afirmar sus convicciones y por ejercer un cargo público.

Cuando Max Brod publicó los textos de Franz Kafka traicionó el pedido de su amigo de incinerar las obras escritas, en los años veinte del siglo pasado. Esto debió provocar una agria discusión sobre el valor de la amistad, tanto que algunos colocaron a Brod en el mismo lugar junto a Judas, Bruto y Casio.

A los amigos se los escoge, a diferencia de los parientes. Y por ser así uno determina por qué motivos se hace amigo de alguien y hasta dónde llega esa amistad. Brod traicionó un deseo sensato de Kafka, pero para la literatura fue una traición noble, si cabe el término. Gracias a ella tenemos la suerte de leer las mejores piezas de la literatura mundial. Pero Brod debió morir con la conciencia golpeada por no haber cumplido el deseo de su gran amigo, el célebre ya Franz Kafka.

¿Cómo podrá ver a los ojos a su “querido amigo” (como inicia la bochornosa carta) el sesudo periodista sin reconocer ni recordar lo que en realidad une a los amigos, en particular lo que cualquier persona que sea allegada a Hugo Idrovo sabe de su integridad y de su moral política, artística y cultural? ¿Hugo ha cambiado? ¿Es otro porque ahora gane un sueldo en Galápagos (que no es el mismo para cualquier funcionario en el continente)? ¿Quién cambió de principios, posturas y visiones sobre el periodismo, el arte, la cultura y la política? ¿Ya se olvidó el sesudo periodista quién llamaba a pedir su cabeza cuando hacía de crítico de medios? ¿No eran los banqueros que ahora financian a la ONG que le paga? ¿No eran los dueños de canales y periódicos que no le dan trabajo pero aplauden su talento y se sirven de él porque son incapaces de escribir una línea?

No me olvido de la ocasión en que el referido periodista y yo fuimos a la casa de Hugo y nos recibió con su consabida amabilidad y generosidad. ¿Tuvimos que pedir permiso para entrar y hablar de tú a tú con su esposa y pasar un buen rato con sus hijos? Hugo es de una profundidad que el sesudo periodista ahora olvida y no será un alabador como sí son quienes ahora financian ese portal de los supuestos “últimos” periodistas del Ecuador. El moralismo del sesudo periodista coloca pedestales donde nadie quisiera estar, ni él mismo. Y en ellos quiere que se ubiquen todos los que trabajan en y para el Gobierno. Se olvida de él que también trabajó para un medio público, cobró sueldo del “correísmo” y nadie le dijo que por eso había cometido un pecado de lesa dignidad. Al contrario.

Y le pregunta a Hugo cuál es la diferencia entre un soldado y un artista. ¿Cuál es la que hay entre un periodista pagado con recursos públicos de los EE.UU. y uno con los de los ecuatorianos? ¿El sesudo periodista debe rendirle cuentas al pueblo estadounidense por el dinero que le dan, a través de la ONG que sabe camuflar todo? ¿Irá cada mes a la embajada estadounidense a dar cuenta de los recibos y facturas del consumo del dinero del pueblo estadounidense, como un soldado de las libertades más liberales de este mundo plagado de libertarios?

Cuando decía que de esto no quería escribir —no por pecar de ninguna solidaridad insulsa— imaginaba que de hacerlo saltarían al ruedo las decenas de trolls bien fondeados que hacen gala de una militancia soldadesca. Y que ellos ejercerían el linchamiento más moralista. Pero creo que más pesa la necesidad de decir las cosas desde una convicción íntima.

A Hugo lo conozco poco. Sé de él, sobre todo, por su música, entrevistas y algunas conversaciones dispersas. Pero no dejo de imaginar cómo tendrá en su mente al “querido amigo” como un traidor de eso que no se compra ni venda, menos se usa y se bota: la amistad. La única que se bendice sin militancia. (O)

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