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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Hermano lobo

15 de octubre de 2014

Se dice que el humano es superior ante los otros animales que pueblan este planeta. El término ‘animal’ se emplea como un insulto o una vejación contra cualquier ser humano que se comporta con poca inteligencia o excesiva crueldad. Sin embargo, basta un ligero y elemental sentido de observación para darnos cuenta de que los animales son progenitores amorosos mientras sus hijos los necesitan y luego tienen el instintivo valor de dejarlos ir. Los animales son naturalmente honestos, valientes, afectuosos… Todos los defectos que les atribuimos (perro, perra, víbora, rata, insecto…) se basan en la proyección de nuestros propios defectos o conductas indeseables en seres que no son infieles, ni arteros ni miserables.

En este mes, octubre, se celebra, por otro lado, la fiesta del San Francisco de Asís, el santo más afectuoso con estos seres con los que compartimos el planeta, patrón de los ecologistas, según lo nombró alguno de los últimos  papas. Y es paradójicamente en este mes de San Francisco cuando se ha sacrificado a Excalibur, la mascota de la enfermera española contagiada de ébola.

Las razones de parte y parte no dan mayores detalles. Los activistas humanos por los derechos de los animales sostienen que no se hicieron estudios que determinaran que este fiel amigo de Teresa Romero y su esposo pudiera ser un portador del virus de la fatal enfermedad. Sostienen que se le asesinó y se le incineró para ocultar cualquier prueba de que se actuó con negligencia y apresuramiento en esta situación. ¿Por qué se lo hizo? ¿Tal vez para dar la idea de que algo se está haciendo cuando en realidad no se hace ni se ha hecho nada efectivo contra esta epidemia que rápidamente se extiende por el mundo?

Voces a favor y en contra se levantan después de este hecho. Y la de siempre lleva la delantera: era solo un perro. Cualquier sacrificio vale la preservación de la vida y la salud de los seres humanos. Detrás de esas palabras, solamente se esconde la arrogancia de una inteligencia superior casi nunca utilizada para el bien. Usurpadores de sus espacios, manipuladores de su genética, abusadores de sus capacidades, los humanos somos los demonios del infierno en el que los animales, otrora señores de un inmenso paraíso, habitan hoy.

Por suerte, existen, aunque nunca con la suficiencia que haría falta, grupos en los que poco a poco se pretende abrir los ojos a que este planeta no debería ser solamente de los más fuertes y prepotentes, sino de todas las especies que lo comparten.

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