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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Génesis y auge de la Unión Europea

28 de marzo de 2014 - 00:00

Se están desarrollando las conversaciones de los representantes del Ecuador y la Unión Europea, conducentes a lograr un acuerdo comercial que posibilite optimizar importaciones, exportaciones e inversiones entre nuestra patria y el ente europeo, y correspondientes a la segunda ronda de negociaciones establecidas, en esta senda, las cuales tienen como sede a Manta; la primera se llevó a cabo en Ginebra, en enero pasado; con positivas aperturas de las dos partes. De allí la importancia que creo debe darse al conocimiento sobre el diseño de integración europeo, el más importante alcanzado en países añosos, de disímiles culturas y antiguos conflictos  históricos.

Su nacimiento es relativamente reciente, sus logros, en retrospectiva, espectaculares. Y si bien es cierto desde el Tratado de París en 1951 su ampliación y casi total adhesión y cobertura de las naciones del Viejo Continente lo acreditan como el proceso integrador modélico, que a partir del concepto de ‘ambigüedad constructiva’ junto a los problemas de vieja y moderna data ha logrado abordar obstáculos casi insalvables, como los fuertes nacionalismos aun imperantes y las asimetrías en el desarrollo de los diferentes Estados integrantes, no es menos cierto que no ha conseguido los objetivos de sus ‘padres fundadores’ de una Europa unida como potencia política y económica con decisiones internacionales propias, en lugar de un espacio de libre comercio con evidente influencia militar y en asuntos exteriores de la superpotencia allende al Atlántico.

El  trascendental Tratado de Maastricht, viga maestra de la arquitectura de la UE, solventó el pensamiento obviamente implícito de que la integración debería tener una ribera castrense y geopolítica sustancial, desterrando la idea, que acariciaron Monnet y Schuman, de un territorio de paz, no solo al interior del continente, sino también fuera de él. Cuando la descabellada e ilegal invasión a Irak, surgieron las oposiciones mayores de Alemania, Bélgica, Francia, Luxemburgo  a la aventura bélica de Bush; y la virtual  desaprobación a la intervención unilateral de Austria, Chipre, Grecia, Malta, Suecia y Finlandia mostró las  fisuras del pacto integrador en política extranjera.

La ratificación de la Constitución europea tuvo un largo y tortuoso camino, a pesar de sustentar instituciones sólidas, como el Banco Central, y la moneda única,  el euro, no pudo impedir la crisis económica  que asola a muchos de sus socios: España, Portugal, Grecia e Irlanda, reveses financieros y de empleo en Francia, Italia e incluso en Inglaterra; y el drama de las repúblicas pobres y del excampo socialista que realmente se encuentran aprisionadas en el vaivén de las olas del crecimiento de los 4 grandes de la Unión y, en consecuencia, dependientes del destino de otros, es también la demostración de la necesidad europea de abrir su complejo científico tecnológico como una forma de atraer y estar presente en América Latina frente a la expansión china y rusa.

El andamiaje político institucional obtenido por la UE es relevante, sin embargo, aún no ha podido superar la crisis de identidad generada en algunos de los socios por el sistema de ponderación de los votos para elegir a los miembros de la Comisión, que aunque a partir de este año se eliminara la complicada medición del tratado de Niza, todavía se dan situaciones consideradas inadecuadas.  

No obstante estos hechos difíciles, no afectan el fondo del proyecto integrador que ojalá retome sus fines originales: Europa, potencia aliada e independiente de EE.UU. En este marco, los tratos del Ecuador con la UE tienen los límites que demanda nuestra soberanía y los altos fines nacionales.

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