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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

García Márquez en peligro

23 de mayo de 2014 - 00:00

Esta es una historia de las muchas que se seguirán escribiendo sobre el fecundo escritor.

Transcurría el año 1981. Julio César Turbay, miembro del Partido Liberal, era presidente de Colombia. Como ministro de Guerra fue nombrado el general Luis Camacho Leiva. En aquella época, la tortura y la desaparición de personas se convirtieron en política oficial. Se instauró, bajo estrictas condiciones de legalidad oficial, un régimen tan represivo como los que en aquella época funcionaban en el Cono Sur.

Con el pretexto de la lucha antisubversiva, Colombia estuvo gobernada bajo un régimen que no necesitó convertirse en dictadura, porque al amparo de normas excepcionales -condensadas en el llamado ‘Estatuto de Seguridad’- se redujeron prácticamente a cero todas las garantías procesales y jurídicas de cualquier ciudadano sobre el que existiera el mínimo ‘indicio de sospecha’, como decían los agentes oficiales de entonces. En ese contexto histórico -donde abundaban las detenciones sin orden judicial y la tortura era procedimiento habitual- se detuvo también a valiosos poetas, escritores y artistas.

La escultora Feliza Bursztyn y el poeta Luis Vidales no fueron los únicos que pasaron por las tristemente célebres ‘Caballerizas de Usaquén’, que era un cuartel del Ejército en donde se torturaba y desaparecía a los detenidos. Precisamente a ese lugar, el gobierno liberal tenía la intención de conducir en calidad de detenido a Gabriel García Márquez.

Según el gobierno de Turbay, el escritor mantenía estrechos vínculos con los guerrilleros del M-19, quienes pocos días antes habían realizado un desembarco en el sur de Colombia. Como la trampa ya estaba fabricada, fue dada la orden de arresto.

Gracias a leales amigos -que le previnieron a tiempo-, el maestro y su esposa se refugiaron en la embajada de México en Bogotá. Allí les concedieron asilo diplomático y pudieron salir de Colombia. García Márquez se les escapó, prácticamente de las manos, a los torturadores.

La ‘historia oficial’ señalaba que el maestro escritor salía del país para promocionar sus libros y para ‘desprestigiar a Colombia’.

Sobre este acontecimiento, García Márquez escribió: “De modo que todo este ingrato incidente queda planteado, en definitiva, como una confrontación de credibilidades. De un lado está un gobierno arrogante, resquebrajado y sin rumbo, respaldado por un periódico demente cuyo raro destino, desde hace muchos años, es jugárselas todas por presidentes que detesta. Del otro lado estoy yo, con mis amigos incontables, preparándome para iniciar una vejez inmerecida, pero meritoria. La opinión pública no tiene más que una alternativa: ¿A quién creer? Yo, con mi paciencia sin término, no tengo ninguna prisa por su decisión. Espero”.

México lo protegió. Sin esa oportuna acción de solidaridad, América del Sur probablemente no habría podido disfrutar de su premio Nobel ni de su histórico discurso en los salones de la Academia Sueca, en 1982.

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