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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Galeano ha muerto

17 de abril de 2015

La primera  noticia de su óbito nos ha sobrecogido con el dogal de la  incredulidad y desconfianza, luego con el correr de los minutos estas cedieron  ante la veracidad de los hechos. Y es que uno de los más grandes pensadores latinoamericanos y del orbe había decidido  descansar en los severos mosaicos ontológicos del silencio y pactar con lo ignoto así la mayor de sus meditaciones.

Eduardo Galeano, americano universal, poeta, periodista, ensayista constructor del preciosismo de la síntesis, el que rescató la verdadera historia del hemisferio, ha fallecido a los 74 años de edad en ese Montevideo puro de añoranzas que acompañó sus crónicas y amores, alegrías y angustias.

La avaricia constante del tiempo -estoy cierto- no lo atormentará jamás, y ahora yace sin horarios y en paz sin gravidez, pero con certidumbre, con su pensamiento luminoso, intacto, generoso, dando el legado a la humanidad de una misión edificada con las palabras y actitud existencial honesta y noble que valientemente enfrentó persecuciones, pobreza material, exilios, infortunios, como el cáncer pulmonar que creyó superar  en 2007 y que finalmente acabó con su sustantividad física

Recuerdo, ahora, una noche, en un café de Madrid, hace casi cuatro décadas, en que conocí a un  revolucionario de cepa, gran artista uruguayo, desterrado de su país por una dictadura ignominiosa, Alfredo Zitarrosa -prematuramente fallecido- que me obsequió el libro cuyo autor era su amigo entrañable Eduardo Galeano, trabajo del que hoy todos hablan, Las venas abiertas de América Latina, que leí ávidamente en unas cuantas jornadas y que me convirtió en un devoto de la prosa y la poesía de Galeano. Su extensa  producción desde esa fecha no me fue ajena y he recorrido con amor y respeto sus novelas, ensayos, artículos, poemas y citas con el convencimiento de que cada ejemplar, cada frase surgida de su intelecto privilegiado, era, es, un deslumbramiento por el manejo del idioma y los juicios que con él vertía con vehemencia sutil e ironía sin límites.

Es posible, entonces, que en esta hora de la incorporeidad de Eduardo Galeano, su féretro sagrado tenga que sufrir las impertinencias cordiales de quienes fueron sus mayores enemigos, la derecha económica y política, el imperio y su prensa, e inclusive las ligerezas de los que nunca leyeron sus textos o no los entendieron, peor aún no los estimaron; aquellos izquierdistas conversos al capital que flotan ya  hablando o escribiendo sobre su coexistir y a quienes desnudó en su volumen El Mundo al revés: “El Mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda, y la cabeza en los pies”. Empero, el lapso incomprensible de la muerte en su falaz cronología no impide que un escritor nunca rendido ni vencido sea olvidado, pues su obra es mayor a cien vidas. Entonces mi convencimiento es total; los modos de sentir, soñar, luchar y transferir la razón de existir, de Alfredo Hughes Galeano, tiene espacio para siempre en el corazón de los pueblos. (O)

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