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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

Fusilar a los corruptos

23 de octubre de 2014

No, señor corrupto; no, señora, ídem. No se asusten. No estamos proponiendo que se dicte una ley que condene a la pena capital a quienes se juzgue y pruebe que han cometido graves actos de corrupción contra los dineros del pueblo, ya en la administración central, ya en los gobiernos seccionales o en las diversas entidades públicas. Cierto que este tipo de delitos es peor que el que comete un asesino que apuñala a cualquier transeúnte, porque el corrupto atenta contra el pan, la escuela, la salud, la vivienda de los asociados. Es, por tanto, un criminal de marca mayor.

Lo que hacemos es contribuir a la difusión de una noticia trascendental: el poderoso Partido Comunista Chino, en su reunión plenaria en curso, ha puesto en primer lugar del orden del día el combate contra la corrupción. Y en China esta plaga universal se castiga con rigor que incluye destitución de las funciones, por altas que sean, confiscación de bienes y, por último, la pena de muerte. A pesar de ello, la corrupción es un problema de consideración. Pero no vayamos tan lejos. Aquí, en nuestra América, el Libertador decretó leyes similares, que incluían la pena capital, hace 190 años, pese a lo cual varios ‘próceres’ se llenaron los bolsillos y se hartaron de tierras y privilegios a cuenta de la Independencia, por la que se sacrificaron millones de latinoamericanos, y a cuya causa el Libertador entregó toda su considerable fortuna para acabar sus días proscrito y en la miseria. En el caso de China, son muchos los seudorrevolucionarios que se han enriquecido a costillas del pueblo que conquistó su liberación a costa de su sangre.

Esto lo recordamos con motivo de que en las elecciones presidenciales de Brasil, la oposición derechista ha levantado la bandera ‘anticorrupción’ para derrotar a Dilma Rousseff e intentar la restauración conservadora y neoliberal; es decir, para volver a la época en que las multinacionales y la gran burguesía se alzaron con el país, valiéndose de feroces dictaduras y de la implantación de  la tortura y los célebres escuadrones de la muerte, todo bajo los mejores esquemas de la CIA y del Comando del Pacífico Sur.

Claro que en esta campaña de la derecha brasileña se trata de un nuevo capítulo de esa conocida historia: el burro hablando de orejas. Y esto como política derechista válida no solo para Brasil sino aplicable contra todos los gobiernos revolucionarios y progresistas de América Latina; Ecuador, Venezuela, Uruguay y otros países. Pero por demagógica y mañosa que sea este tipo de campañas en nuestro medio, no hay duda de que los mecanismos y casos de corrupción son reales, aunque no lleguen a la altura ni al volumen registrados en gobiernos como los de Febres-Cordero o Lucio Gutiérrez, en los cuales se podía exclamar, sin temor a equivocarse: funcionario que es inteligente, roba; si no roba, no es inteligente; si es inteligente y no roba, no puede ser funcionario.

Por cierto, la corrupción tiene un cómplice inocente: la cultura del pueblo, tan acostumbrado al pillaje de las autoridades, que se cuenta acerca de cierto alcalde que se presentó a la reelección. Sus enemigos políticos mandaron a pintar letreros infamantes  contra Pipo (llamémoslo así) en los muros de la ciudad: ‘Pipo es un ladrón’. Ante esta leyenda, el pueblo afirmaba: cierto, es un ladrón. Los empleados del personaje le pidieron autorización para borrar estas leyendas, pero él se opuso y mandó agregar debajo otra frase. La leyenda final quedó así: ‘Pipo es un ladrón, roba pero hace obra’.

La gente rió mucho por la honesta ocurrencia, y Pipo fue reelegido.

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