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El Telégrafo
Xavier Lasso

Fuerza centrífuga

05 de junio de 2018

La rotación de personal en los medios públicos ha sido bastante alta recientemente. Rostros nuevos, en ese ámbito, se vieron a montones, en unos casos, como el de “Pancho” Borja, es lamentable no encontrar ya su andar circulando por los pisos y pasillos del edificio. No hubo tiempo para asimilar las buenas pautas que Pancho, por su enorme experiencia mediática, pudo haber puesto en marcha. En otros, como en el de Rubén Darío Buitrón, cuya permanencia fue efímera también, ciertos dichos de él nos dejaron pistas del ambiente que se vive hoy en los medios públicos.

Alguna vez, y frente a ciertas críticas que hice, señaló que si a Lasso no le gusta lo que ve: “que se vaya entonces”. Expresión fuera de quicio, porque palabras semejantes solo serían dignas en una empresa de capitales privados, y con un accionista mayoritario que dispone, él solo, quién se queda y quién se va. O, también podría ser, en una organización heredada del papá, lo que deja al heredero con enorme poder para hacer lo que le plazca.

Pero los medios públicos han intentado ser construcción colectiva que recoja y refleje los sabores, colores, intereses de la abigarrada sociedad ecuatoriana. Casa adentro no existe el pensamiento único, lo que es muy bueno francamente, y solo instancias de debate interno deben resolver, no porque anulan la diversidad, el conflicto y la disputa. Todos estamos de acuerdo con que la administración es muy técnica, que debe tomar decisiones, y por eso el poder que tiene.

Sin embargo esa técnica debe también subordinarse, por último, a la línea editorial que, a su vez, se legitima desvelándola a las audiencias. Mantenerse en la porfía de los medios públicos tiene, desde mi punto de vista, lógica impecable, porque los espacios construidos en acuerdos colectivos no se regalan; hay que intentar conservarlos; hay que hacerlo con sincera lealtad, empujando el pesado aparato en la misma dirección a la que aspira el conjunto.

Uno supone que esas aspiraciones están sustentadas en la oportunidad de cumplir con lo que la gente espera de nosotros; que hagamos comunicación que tienda a ser veraz; que no destrocemos el buen nombre y la honra ajena; que reconozcamos las otras miradas; que no tendamos a las descalificaciones; que privilegiemos la democracia como la vía para abatir pobreza e inequidades.

No somos organización política, pero tampoco caímos de un “no lugar” sin lecturas e intereses. La gente debe conocer nuestros sesgos, y siempre será bueno que se sepa desde dónde hablamos. (O)

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