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El Telégrafo
 Malena Pichot

Feministas

26 de diciembre de 2018

Nos domina una sensación de que en 2018 logramos empujar un poco al patriarcado. No digo que se está por caer, pero no se puede negar un optimismo empalagoso y cursi que todo lo inunda, porque hemos logrado alivianar algunas palabras en el imaginario social. No se puede negar que una gran mayoría de la población comprende, al menos superficialmente, que las mujeres mueren en manos de hombres que dicen amarlas, ya se sabe que eso es un femicidio. Otro imposible, que se nos hizo fácil, en un giro narrativo insospechado, fue pronunciarse a favor del aborto.

Hace tan solo un año la palabra aborto en los medios estaba prohibida. Era el tabú más grande de esta nación, lo sabemos muy bien quienes usábamos esa palabra constantemente como un conjuro infalible para incomodar giles. Hoy la mayoría de les jóvenes llevan por la calle el pañuelo verde a la manera de una letra escarlata que, lejos de ser la marca de una vergüenza, es la marca de un orgullo. Llevan la palabra aborto sobre sus cuerpos, todos los días.

Si bien el patriarcado “aflojó” con ciertas palabras, lo hizo solo para complicar otras, como sororidad, por ejemplo.

Ahora resulta que ser feminista de verdad es estar de acuerdo en absolutamente todo con otra mujer. Que discutir ideas, argumentar y reflexionar con otra mujer es directamente una traición al género. Como si esto se tratara de una secta con un dogma irrefutable. Nos estuvimos desviviendo en aclarar que el feminismo no tiene una sola referente, para no tener que sostener reglas talladas en piedras sagradas y ahora nos estamos callando entre nosotras. Discutir con otra mujer sobre posturas, actitudes e ideas es feminista. Que los grupos se dividan al no encontrar consenso es lo que debe pasar. Ideal sería en un futuro tener partidos políticos feministas que se opongan, y quizás ayudaría si entendiéramos que el sujeto político del feminismo no es la mujer, que es justamente lo que entendemos por “mujer” lo que nos mantiene encerradas.

Por eso no somos un ejército unido, aunque nos reúna una opresión, que se desenvuelve más cruel e injusta en unas que en otras, no somos un colectivo uniforme y eso no significa el fin del feminismo. (O) 

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