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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Falacias de la globalización

03 de abril de 2015

La mundialización de la economía como simulada búsqueda de otras formas conducentes a la optimización de las prácticas comerciales de la actividad productiva, aparece en la década de los años setenta. Esa época corresponde al auge de corporaciones internacionales especialmente norteamericanas europeas y japonesas.

También en esos años se extrapolan dos hechos básicos para  las finanzas del mundo: el alza de los precios de los hidrocarburos como decisión de la OPEP y el abandono del patrón oro para el dólar por parte de EE.UU. Estas iniciativas -aparentemente  descoordinadas-  y otras son las causas o el principio del proceso de globalización existente en el orbe, con su faz real en el campo económico y que incumbe al actual sistema capitalista financiero especulativo, y cuya matriz ideológica corresponde al neoliberalismo.

Las operaciones monetarias que realizaban las transnacionales en esos tiempos, estructuralmente exitosas, son la  génesis de las actuales redes políticas-financieras, elementos sustanciales de esta nueva arquitectura, de negocios globales que tenían en su momento dos fines fundamentales: en primer lugar, paliar las consecuencias de los precios del petróleo con emisiones inorgánicas; los llamados petrodólares.

Recursos monetarios que, para evitar una inflación monumental por su exceso para el intercambio, fueron colocados en países pobres como préstamos, agudizando el endeudamiento externo de esos Estados en grado sumo. Y en segundo lugar, imponer con  el FMI, y sus ya famosas cartas de intención, la desregulación de los mercados de valores y el término de políticas económicas propias y, por tanto, el sometimiento a la voluntad y el poder de grandes potencias, conocidas depredadoras de ambientes y hombres.

Y con ello el planeta observó y sufrió el renacer de paraísos fiscales y los depósitos ‘off shore’, cuyos principales beneficiarios no solo fueron los grandes bancos mundiales, también las transnacionales pero además un convidado detestable e inesperado: el crimen organizado. Esta espiral de caudales se convirtió de trashumante en potente, pues en la actualidad convergen y alimentan esos fondos descomunales, destinados a ganar interés, el patrimonio de los jubilados de diferentes  lugares  y la ganancia mal habida de evasores de impuestos de toda laya o la de aquellos deportistas y artistas de altos estipendios y los ingresos de políticos corruptos de los dos hemisferios; todos atraídos por el fuego de la codicia y tras la luz mortecina del rentista.

Y allí está la piedra filosofal de la globalización, la inversión cortoplacista, el lucro agiotista, el dinero en su más condenada forma de enajenación y no la construcción de la riqueza social, el trabajo, la idea emprendedora, aquel pensamiento keynesiano que dio la respuesta adecuada en el momento preciso al ‘nuevo trato’ de Franklin Roosevelt, en la gran depresión  de los años treinta.

Las falsedades del ‘fin de la historia’, la ‘Aldea global’ y el nacimiento de una flamante cultura globalizada de la libertad, quedaron en el camino de fundamentalistas de la economía y ayatolas de la banca, donde la movilidad de los capitales es libre mientras se evita con acciones, viles, flujos migratorios de miles cerrándoles posibilidades de vida. El sistema capitalista abona guerras que incentivan la migración y la muerte y la miseria siguen estando. No obstante, la humanidad no se resigna a la dependencia de poderes fácticos, aun frente a graves peligros y dolores. Y solo se esfumará, como decía el poeta T.S. Eliot, “no con una explosión, sino con un gemido”. (O)

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