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El Telégrafo
Padre Pedro Pierre

Esquiva salvación

23 de marzo de 2018 - 00:00

“¡Sálvese quien pueda!” parece ser la gran oferta religiosa. Unos buscan salvarse haciendo sacrificios en nombre de Dios. Otros piensan que yendo a misa cada domingo ya están salvados. Otros cantando alabanzas hasta perder el sentido. Otros multiplicando los peregrinajes hasta de rodillas. Otros piensan que los santos les abrirán las puertas del cielo… etc. Todo esto se parece más a un gran negocio donde se trata de comprar a Dios… no sé qué dios; de todos modos no es el Dios de Jesús. Nos hemos olvidado lo que él mismo dijo: “¡Aléjense de mí todos los malhechores!… ¡Han hecho de esta casa (de oración) una cueva de ladrones!”. Entonces, ¿cuándo nos salvamos?

Estemos claros: Jesús nunca pidió ser venerado ni adorado, sino ser seguido. Los primeros cristianos no le rendían ningún culto: la misa era el gran signo del compartir equitativo. El bautismo era la decisión de entrar en la comunidad de los que construían el Reino. “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”. Y el apóstol Santiago proclamaba: “La religión verdadera y perfecta ante Dios consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo”.

Todo esto lo acaba de confirmar en el Vaticano el prefecto de la Congregación de la Doctrina de la fe: La salvación consiste en ser plenamente humano, como Jesús. Se nos confirma que la salvación es humanizarnos y hermanarnos, personal y colectivamente.

Definitivamente no sirven las religiones ni las prácticas religiosas que no nos hacen más humanos y más hermanos. Las religiones están para religarnos los unos con los otros en un humanismo pleno: así nos religamos con Dios, al ejemplo de Jesús.

Jesús no murió: lo mataron. Y lo mataron porque quería el Reino de Dios no en el cielo, sino en la tierra, o sea, la fraternidad universal en nombre de Dios. Que esta Semana Santa nos haga poner los pies en la tierra para buscar y encontrar a Dios allí donde está: en la fraternidad sin fronteras. (O)

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