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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Esa gana de no pensar la política

15 de agosto de 2016

Desmontar el neoliberalismo no ha sido tarea fácil, como tampoco entrar en transición a otro sistema social, que tiene como base ideológica: la justicia social, la equidad, la igualdad de oportunidades. El neoliberalismo sigue disputando el poder, desde el poder económico que le es propio, le es natural, y desde donde puede causar graves estragos a cualquier otra forma de vivir la política, de querer el bien común. Pero, también, desde la dimensión de las transformaciones puede haber una decaída de pensar la política producto de la urgencia de cambiar las cosas. El pragmatismo, sin duda, es fundamental en tiempos de cambios necesarios, rápidos y efectivos, que fortalezcan la legitimidad de un proyecto político, pero paradójicamente, se va generando un déficit de pensamiento, de pensar la política. Pensar la política no es especular la misma, por el contrario es la reflexión profunda, histórica, desde las tensiones sociales que los cambios producen; y donde el pensamiento crítico debe primar sobre toda forma de empirismo, sobre todo del empirismo burocrático. Todo proyecto progresista necesita una pausa con acción; un tiempo de recuperación en dos velocidades, a medida que las tensiones crecen producto de los cambios, debe crecer el tiempo de meditar la profundidad de los cambios a nivel estructural. Cuánto se avanzó en la disputa del poder, cuánto se avanzó en modificar a nivel de sistema el modelo de dominación que supera a una década ganada y se encuentra con aquello que ha estado ahí dominando por décadas, por siglos. El día a día de la política puede reducirse a un empirismo peligroso de reacciones, de defensas, de exceso de ideología por un lado y un exceso de política del “tareísmo”; esa otra forma de infantilismo de izquierda. Si algo le caracteriza a un pensamiento avanzado de izquierda es, precisamente, que es pensamiento que va y viene desde las acciones más revolucionarias; que no se confunden, que no imitan, ni se encubren con las “finuras” de las políticas públicas; si no se diferencian ambas, simplemente el burocratismo, esa enfermedad del mundo moderno, termina, desde adentro, carcomiendo lo más avanzado de la izquierda progresista. A la izquierda latinoamericana le hace falta oír más, reflexionar más, meditar más, sin parálisis, sin miedo, sin ostracismo, pero tampoco con exceso de inmediatismos. Esa necesidad de pensar más, de ir más allá del tareísmo, del análisis político casi anémico, es una garantía de que lo revolucionario de un proyecto político radique en los disensos –no en el faccionalismo-, que radique en la unidad, en lo orgánico y no en el oportunismo de los consensos. La política por definición es descarnada, no protocolar. La política es esas ganas profundas, sociales, de hacer pensando; sin límite, sin fin; como siempre: inconclusa. El pensar de derechas, el deseo de la desigualdad permanente, no solo está en los grupos monopólicos, en el gran capital, también puede estar en el ejercicio micro de cierto estatus, de cierto cargo, de las poses, del saber algo más que otros…todas formas de miseria humana. La política es partir las ideas, fracturar el conservadurismo y la falsa moral burguesa.  

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