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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

"Enterradme en Isla Negra"

06 de mayo de 2016 - 00:00

Los restos mortales del poeta universal Pablo Neruda, el rapsoda de los quereres y la justicia social, fallecido en condiciones no aclaradas todavía, el 23 de septiembre de 1973, en pleno aquelarre fascista, han retornado nuevamente a su lar, tan amado, Isla Negra, aquel mágico rincón de la costa chilena -que no es una isla ni tampoco es negra- que atesora el mundo nerudiano, y que desde siempre ha sido y es el lugar de encuentro de muchos en busca del sitio donde se anidó el sortilegio de sus poemas, la inigualable condensación de las palabras llenas de belleza y amor por todos. El espíritu de viajero infatigable que lo embargaba, sus ansias casi eternas de conocer otros espacios y gentes, lo llevaron a países de tres continentes en Asia Europa y América, imbuido de la curiosidad rutilante y sana de los niños, coleccionando objetos y vivencias, a lo largo de su extraordinaria vida y que luego convirtió en los atractivos atavíos de sus hogares, en La Chascona, La Sebastiana y en Isla Negra, su definitiva “residencia en la Tierra”. En ‘El canto general’ establece el deseo ferviente de que su última morada sea allí, frente al mar de su patria con el que a diario competía. Sin embargo, las circunstancias de su vida militante en la poesía y la política, siempre al lado de los desposeídos, ocasionaron que sus despojos corpóreos hayan tenido movilidad inusitada. Y por razones explicables por el infierno que vivió Chile en 17 años de la dictadura genocida de Pinochet, el cuerpo sagrado del poeta haya sido sometido a un especie de itinerario en otros sepulcros, desde la misma hora de su óbito, hecho que con certeza Pablo lo adicionaría al singular anecdotario de su existencia y en los múltiples sentidos que, para él, la muerte tenía, aun en el instante más absoluto.  Así, entonces, su funeral fue el de un combatiente muerto en guerras crueles en un campo de batalla despedazado. Trasladado de la clínica donde sucumbió a su casa en Santiago, saqueada e incendiada por hordas derechistas, llevadas desde los barrios aristocráticos  hacia allá -que igual operación ya habían ejecutado en el domicilio de Salvador Allende y de otros dirigentes populares-, robando bienes privados y personales. El velatorio de Neruda en esa vivienda derruida, anegada a propósito por esos criminales de cuello blanco, tuvo el carácter de tragedia griega, sin la  presencia filosófica del destino, pues su programación vil venía desde dentro y fuera de las fronteras de Chile. La continuación del oprobioso momento por el que atravesaba la nación chilena se escenificó durante y después de las honras fúnebres, del premio Nobel de Literatura de 1971, un cortejo valiente de hombres y mujeres, encabezados por una mujer, que en sus hombros portaba toda la pena posible, Matilde Urrutia. En un desfile donde los gritos del pueblo que acompañaba su féretro se confundían con los tiros de ametralladoras de una soldadesca abusiva y contumaz, que detenía con violencia a quien profería la frase inmortal: “Compañero Pablo Neruda, presente”. Fue sepultado en una cripta prestada por una amiga del vate, el 24 de septiembre del 73. Aquella no fue su primera inhumación, semanas más tarde, la familia propietaria de la bóveda pidió a su viuda, Matilde, que “la desocupara a la brevedad posible”. La presión del mando y  el pavor de la clase media se impusieron. En días posteriores, exhumado, fue trasladado el 7 de mayo de 1974 al nicho 44 -comprado por Matilde, esposa y musa que inspiró varios de sus libros, entre ellos Los versos del capitán-, ubicado en el lugar más pobre del Cementerio General de Santiago, rodeado de cruces negras donde el pueblo entierra al pueblo. Ese sepulcro fue su descanso temporal hasta el fin de la tiranía. Luego, en el retorno al régimen democrático, su cadáver es llevado a su panteón en Isla Negra. Surge entonces la indagación por la causa criminal contra el químico de la DINA, Berríos, presuntamente responsable de misteriosas muertes y quizá la de Neruda. Su ataúd parte de nuevo. Hoy sin los resultados de los estudios forenses, el mayor de los poetas retornó a su tumba final y asumió la más memorable de sus entregas, su vida, su obra, su muerte le pertenecen a la humanidad. (O)

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