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El Telégrafo
Fander Falconí

En el mar la vida (era) más sabrosa

22 de abril de 2015

La desaparición, hace pocas semanas, de un avión de pasajeros en el océano Índico demostró que aún, 500 años después de Colón, seguimos perdidos en el mar. Tenemos mejores mapas de la superficie de la Luna que los del fondo marino. En cambio, aunque apenas hemos tenido tiempo para contaminar la Luna, ya hemos ensuciado los siete mares.  

La organización internacional autónoma Comisión Oceánica Global informa que los océanos están al borde del colapso ecológico. ¿Por qué? Por la excesiva pesca y la contaminación desde la tierra y los barcos, así como dos graves efectos del cambio climático actual: el calentamiento y la acidificación  del agua marina.

¿Y por qué es más grave la contaminación oceánica que la continental? Porque en tierra cada metro cuadrado pertenece a un país que, en último término, es responsable de su preservación. Colombia, por ejemplo, era responsable de la fumigación a poca distancia de nuestra frontera y, en su momento, tuvimos a quién reclamar. En cambio, empleando una frase contradictoria, el mar es “tierra de nadie”.

Eso se evidenció hace pocos días en Manabí, en Santa Marianita, la linda playa cerca de Manta. Allí quedó varado un tiburón ballena que había sido golpeado, el pez más grande del mundo. Pese a los intentos de devolverlo al mar, el animal de 12 metros de largo, inofensivo para el ser humano, murió en la arena. Su especie habita el mar desde hace 60 millones de años, pero hoy está en peligro de extinción debido a la pesca ilegal. ¿Quién golpeó al pez? El único ser viviente capaz de hacerlo es el humano.   

¿Quién defiende a los ecosistemas y animales marinos en el mundo? Pocos, pese a que millones dependemos y vivimos de ellos. Y las instituciones que deberían hacerlo no se esfuerzan demasiado en el asunto, con el beneplácito de quienes se llenan los bolsillos con el último acto de piratería que se ha puesto de moda: la pesca ilegal. Esta se controla con cierta efectividad en las aguas territoriales, pero en alta mar no se acaba la fiesta de los depredadores. En alta mar, la anarquía gobierna las olas. Todavía hay pesca con tóxicos, además de redes de hasta 70 kilómetros de largo. Y por cada libra de pescado que obtiene esta gente, dejan 10 libras de desechos.

Pero la pesca ilegal se queda corta ante los daños causados por el cambio climático. A medida que se calientan las aguas, están acabándose los arrecifes de coral, incapaces de soportar aguas más calientes y con mayor acidez. Se afirma que la mitad de las especies marinas podría desaparecer este siglo, si no se detiene el calentamiento global. Esto afectaría a miles de pescadores artesanales.

¿Y la basura que dejan las petroleras en los mares? ¿Y los plásticos que se arrojan a las aguas (10 millones de toneladas al año)? Si recordamos que las plantas, mediante la fotosíntesis, son las que nos proveen de oxígeno, hay que recordar también que la mitad de las plantas está en el mar; su extinción nos acortará el aliento, en forma literal.

Esto se conoce desde hace rato. Hace 20 años la ONU estableció normas claras en la Convención del Mar. Hasta ahora no ratifican la Convención muchos países. Lo peor es que los grandes empresarios de la pesca, sabiendo que pronto se acabará el festín, están acelerando la sobreexplotación del océano. Y en esa loca carrera dejan víctimas, como el gran tiburón de Manta. (O)

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