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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Elé

24 de febrero de 2016

Una de las cosas que iluminaron ciertos aspectos de la vida de mis hijos durante su infancia fue la revista Elé. Desde el principio me llamó la atención su diseño, la forma ágil y divertida de presentar sus contenidos. Cómo hacía que los valores humanos de verdad parecieran necesarios y también indispensables de ser cumplidos para llevar una vida feliz. Cómo se refería con amor y respeto a la historia de Ecuador y al hecho mismo de haber nacido en este país. En medio de la insulsa oferta de publicaciones destinadas a defender el stablishment, a preconizar el consumismo y a propinar terribles puntapiés a la autoestima mostrándonos cómo viven los ricos y famosos, qué es in, qué está out y cómo hay que vestirse para que alguna cronista de modas no nos marque con una equis de color rojo si nos llega a sorprender caminando por la calle con algo que medio se salga de la moda, la revista Elé era un verdadero oasis de sentido común, creatividad y trabajo hecho con amor e inteligencia.

En la revista Elé había más o menos lo que siempre ha habido en las revistas infantiles, pero de otra manera, con otro enfoque, y sobre todo, como ya lo dije pero creo que vale la pena repetirlo, con un sabor ecuatoriano que era lo que le daba ese toque especial.

Aunque yo era ya una mujer bastante más que adulta, era NUESTRA revista. Desde su título, esa bella y sonora palabra de dos sílabas que nos habla de encontrar algo largamente buscado, o que nos hace sentir que la vida está demostrándole al mundo que teníamos la razón, siempre sinónimo de alegría o de descubrimiento, pasando por sus personajes bien dibujados, ese Capitán Escudo, el niño superhéroe nacional. Las historietas que reflejaban sucesos de nuestra historia desde una óptica comprensible y siempre enfocada en los aspectos positivos. Las biografías bien detalladas de nuestros próceres. Y también el lado divertido más allá del meramente ilustrativo: los acertijos, los desprendibles de chistes y adivinanzas. La información siempre tan pertinente sobre nuestra naturaleza y cómo protegerla…

Por eso sorprende dolorosamente, muy dolorosamente, diríamos, la noticia de que tan bella publicación va a desaparecer. ¿Las razones? Deudas no pagadas, tanto del sector público como el privado, se dice. No quiero saber quién le debe dinero a la editorial Zonacuario, dueña de tan hermosa publicación. No quiero saber el nombre de la persona, de la institución, de la empresa. Porque a Elé todos los ecuatorianos que alguna vez nos deleitamos con sus páginas y, sobre todo, los niños que la disfrutaron le debemos infinitamente mucho más de lo que se puede pagar con una cantidad de dinero, por elevada que sea. Tal vez este sea el momento de pensar en cómo pagar esa deuda, no precisamente monetaria, contribuyendo para que una publicación tan bella y original no desaparezca de nuestro imaginario cultural, para que los niños que hoy están naciendo puedan seguir disfrutando de una revista de tan alta calidad hecha en nuestro país. (O)

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