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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

El tren a ninguna parte

11 de septiembre de 2015 - 00:00

En el pasado siglo, y sobre los despojos sagrados de Alfaro y de la Revolución Liberal, algún gobierno de los tantos anodinos surgidos después de la ‘Hoguera Bárbara’ intentó seguir con una de las tareas magnas del ‘Viejo Luchador’: la construcción de una segunda vía férrea que uniera dos regiones de la patria, aquella que, saliendo de la ciudad de Ibarra en la sierra norte, llegara a la provincia de Esmeraldas en la Costa. La contratación de esa faena singular fue entregada a un consorcio francés llamado -si mal no recuerdo- Ciave, que se constituyó en la más célebre entidad constructora, entre muchas, por su incumplimiento y falta de seriedad profesional, instaurando en Ecuador los malos estilos de quebrantar contratos e infringir las leyes. Nuestro pueblo bautizó, con la mayor ironía, la obra inacabada que duró decenas de años, como “el tren a ninguna parte”.

El epíteto endilgado en Ecuador a esa gestión malsana de obra pública, en la centuria anterior, hoy bien puede graficar los padecimientos de migrantes en la presente. El desgraciado manejo por la UE del problema de la emigración de centenas de miles de seres humano -insisto, seres humanos- con determinación de ir a Europa, que sufren los males del averno en su camino de librarse de la muerte, debe convocar a protestar a todos. Hemos constatado consternados con ira santa, abusos atroces e inaceptables perpetrados por:  policías, guardias de fronteras y autoridades de varios países europeos en el paso obligado a Alemania, lugar escogido por la mayoría de desplazados como Estado de acogida. Entre los más despiadados, aparentemente, están funcionarios de Hungría y la República Checa, ambas exnaciones socialistas, que en la Segunda Guerra Mundial, la primera fue aliada de los nazis, y la segunda ocupada por ellos, gracias a la capitulación occidental en Múnich. En la actualidad, ungidos territorios democráticos que honran el derecho de asilo, garantizándolo.

No obstante, ¿cuál es la realidad de estas últimas semanas en el trato a los migrantes, atrapados en las estaciones ferroviarias de esas repúblicas? Sinteticemos, la muestra de los hechos que la radio y TV entregan son francamente crueles y repulsivos, y solventan hechos viles, así entonces: los fichan con números en los brazos, como hacía Himmler, el sátrapa hitleriano, con judíos y gitanos en los sitios de exterminio; se los traslada a campos de refugiados en contra de su voluntad y a la fuerza; en la terminal de Keleti, de Budapest, apiñados miles de mujeres y hombres con sus hijos, sin agua o alimentos ni asistencia médica, les impiden continuar viaje, a pesar de tener sus pasajes; en el colmo del engaño, los hacen subir a ferrocarriles con destino a ninguna parte o caminar a la frontera austriaca. En suma, la violencia, la ilegitimidad mayúscula, se ensaña con estos nuevos ‘condenados de la tierra’ que vulnera pactos de DD.HH. y, sustancialmente, la carta de la ONU.

Lo que sucede, y seguramente continuará sucediendo en Europa con la tragedia migratoria -que sin visos de solución nos conmociona y que tiene imagen: el niño sirio Aylan, de apenas tres años, su hermano y madre, ahogados en la costa turca y los miles de muertos en otras sendas- es la versión moderna de temores medievales -por cierto infundados- de sus habitantes, por los recién llegados de otras latitudes, que consideran amenazan a su identidad blanca judeo-cristiana. Hechos punibles no solo por ser  atentados de lesa humanidad, lo son también por la indiferencia del orbe. Acciones dolosas cometidas que tal vez sean olvidadas, ahora que los centenares de familias de refugiados han llegado a Alemania. Y hay un lavado de manos del mundo rico frente a la tragedia. (O)

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