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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

El rumor como arma política en manos de muchos irresponsables

12 de mayo de 2016

Si nos sometemos -para el análisis puntual- a las teorías conspirativas de que hay unos aparatos de inteligencia, unas estructuras clandestinas y unos grupos bien financiados, podríamos concluir que la campaña de rumores de estos últimos días (como de todas aquellas coyunturas políticas críticas) tienen unas cabezas y unas estrategias bien claras (sin descartar a otros países y agencias internacionales conectadas y articuladas a grupos de oposición), para unos objetivos muy concretos.

Sospecho que no solo es eso. No descarto que exista todo lo anterior. De hecho, hay unos actores políticos con mucho de eso; trabajan así desde hace tiempo y conforme se acerca la campaña electoral se nota o transparenta mejor su tarea, fuentes de financiamiento, aliados y, sobre todo, dejan ver las costuras de sus trabajos. Pero no solo es eso.

Primero: Hay un afán muy nuestro de hacer del rumor la verdad última, lo dicho verídico y determinante. “Te juro que es cierto, me lo dijo una persona de absoluta confianza”, suelen decir quienes usan esta herramienta. Los psicólogos y los siquiatras lo podrán explicar mejor, pero basta ver hasta dónde puede llegar el ‘delirio’ político de algunas personas ‘normales’ para entender que el rumor es una herramienta política perversa, perniciosa y maliciosa. Y no solo en el campo de la política: cabe en los asuntos sentimentales, en las relaciones intrafamiliares, laborales, escolares, etc.

Segundo: Basta que alguien de supuesto prestigio moral o periodístico lo diga para creer que es cierto. Y eso ocurrió este fin de semana pasado, alrededor de la salud del Presidente de la República, de las Fuerzas Armadas y del manejo de la tragedia a causa del terremoto del pasado 16 de abril. Desde editores de los diarios privados y comerciales, pasando por tuiteros y blogueros, llegando incluso a políticos y abogados de supuesta prestancia profesional, amplificaron esos ‘rumores’ sin ética alguna.

¿El objetivo? No creo que vaya por el lado de informar o de servir a sus audiencias, amigos o conciudadanos. Al contrario, en medio de la tragedia por el terremoto desataron toda esa ‘energía’ que llevan dentro. Y ya demostraron cuánta capacidad de crear zozobra y desconcierto portan en su interior.

Pero no solo se trata de una responsabilidad colectiva para frenar estas barbaridades, también es un asunto de pedagogía pública y empieza porque los medios de prensa, los periodistas, los analistas y los militares en servicio pasivo dejen de dar paso a esos rumores como si con ellos resolvieran todos los problemas de la humanidad. De hecho, algunos de esos oficiales en servicio pasivo deberían encargarse de generar (gracias a la experticia adquirida en los aparatos de inteligencia, en las llamadas estrategias de guerra psicológica) esa antipedagogía: no hacer del rumor esa herramienta perversa que ahora cuenta con una gran estructura de amplificación llamada redes sociales.

Socialmente deberíamos condenar el rumor como arma política y sentimental, laboral y familiar para arreglar entuertos, cuando en realidad los complican. Y seguramente, como es propio del rumor y de la blasfemia, limpiar esa falsa verdad, ese despropósito, cuesta mucho más que explicar la realidad. Por suerte, dice el dicho, más rápido cae un mentiroso que un ladrón. Y ya sabemos quiénes fueron los mentirosos y propagadores de rumores, y cuáles son sus verdaderas intenciones políticas. (O)

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