El pasado 4 de febrero los ecuatorianos acudimos a las urnas en una decisiva consulta popular, el resultado no se alejó de lo esperado, el Sí consiguió una victoria cercana al 70% de promedio y ratificó el deseo de la sociedad de vivir un cambio y una ruptura con el anterior régimen.
Debemos considerar, por tanto, que estamos ante un punto de inflexión entre los últimos diez años de gobierno correísta y lo que representa esta decisión soberana. Una clara ruptura con la corrupción, que obliga al Gobierno actual a ser implacable, pero fundamentalmente que le obliga a generar mecanismos de control, para que no se dé nunca más el saqueo de los recursos públicos. Esto pasa por la reforma de algunas instituciones y órganos de control, tales como el Consejo de Participación Ciudadana, que sirvió al anterior Gobierno para tapar, controlar y permitir, entre otras cosas, la corrupción.
El retorno a la Constitución de Montecristi donde la reelección indefinida ya es historia, permitirá elevar los niveles de democracia, pero fundamentalmente terminará con el caudillismo. La renovación de los cargos públicos es necesaria para la propia renovación de la política, savia nueva debe entrar en nuestras instituciones, pero no esperemos a mañana, comencemos ya.
No son menores los temas en relación a las zonas protegidas, a la minería y, por supuesto, a los abusos sexuales, donde la no prescripción de penas puede ser una herramienta importante para seguir luchando contra esta lacra social.
Esta no es la victoria de un partido político, no es la victoria de un líder político, es la victoria del pueblo ecuatoriano que quiere regresar al Estado de derecho, a la democracia, que quiere pasar página y empezar una nueva etapa. Ahora toca ponerse manos a la obra, trabajar desde las diferentes instituciones para poder presentar resultados lo antes posible. El pueblo ya se pronunció, ahora las autoridades deben cumplir con su misión. (O)