Ecuador, 15 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

El programa de Gobierno y el candidato

20 de junio de 2016

Si en algo revive la vieja cultura de hacer política en América Latina, en tiempos electorales, es la emergencia de potenciales precandidatos que movidos por todo tipo de intereses, incluso los más benignos, se autodeclaran, los declaran, los fuerzan a declarar, que son “el”, “la”, “los” candidatos y candidatas que el pueblo exige, reclama, aspira, sueña, demanda, quiere, y un largo etcétera. Esa tradición se ha nutrido también de una vieja forma de hacer política, politiquería; de sobreponer los intereses grupales, personales, por los de las demandas reales de una sociedad. La necesidad de ya definir la cancha electoral, la cancha de las candidaturas para unos sectores es fundamental, ya que sin ese marco no es posible definir los potenciales adversarios a los que hay que atacar, buscar los peros, debilidades, “pecados”, etc. Los adversarios rápidamente quieren saber a qué y a quién se oponen para sacarle provecho de su presencia y así capitalizar sus propias candidaturas. En cualquiera de los casos, en esa vieja forma de hacer política a nadie le importa el programa de gobierno: la propuesta de cómo hacer que un país sea mejor. Claro, a quienes no les importa es porque ya tienen su programa para que gobierne su grupo, su conglomerado, sus empresas, sus bancos. No hay nada que construir, solo seguir el credo de largas décadas donde lo importante de gobernar no es para el bien común, sino para el bien de sus representados, de sus socios, de sus accionistas. La aspiración de estos grupos es que el Estado, el mercado y la sociedad se ajusten a las demandas de sus empresas, de sus capitales invertidos, al final, de las ganancias que se deben multiplicar. Esa lógica es la que ha llevado a la región a la deriva por décadas, incluido el Ecuador. Si no se entiende el apuro de las élites por saber los precandidatos o el candidato, simplemente es aceptar las reglas de juego de la oposición. Si un proyecto político busca continuar en el poder político para disputar las formas de acumulación, las relaciones de poder, más allá del tiempo que ya lleve gobernando, debe preocuparse más por oír lo que el pueblo, la nación, los electores dicen. Debe preocuparse por tener una sólida visión de nuevos y profundos cambios para esa misma sociedad que se ha transformado. Es el momento de plantearle un pacto social de largo plazo para girar en el modelo de sociedad que tenemos, finalmente. El/la candidato/a, claro que es fundamental, pero lo es en medida en que sea fiel al programa de gobierno, a una ideología, es decir, a la identidad de un movimiento, de una organización, de un pueblo. Eso asegura que más allá de ganar, de dar continuidad, asegure nuevos cambios pero, sobre todo, que no se rinda a las presiones políticas de los grupos de poder fáctico. Sin programa, ni el mejor candidato ganador estará a salvo de poder gobernar con cordura teniendo como horizonte el bien común. Si el candidato no es fiel al programa, su posibilidad de lograr acción colectiva continua y gobernabilidad será mínima. El candidato junto al programa se funden en un solo carisma que no solo lo hace ganador, sino mandatario, estadista; caso contrario solo será uno más en la lista de gobiernos fallidos de la vieja partidocracia. ¿Cuál es el apuro por tener candidato, si aún el Programa de Gobierno está en construcción? ¿Asegurarse un puesto en la lista para los otros puestos de elección? ¿Y eso de ser militantes, orgánicos, democráticos radicales? La realidad nos lo dirá pronto…  (O)

Contenido externo patrocinado