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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

El poder brutal

12 de junio de 2014

Allá en Tandapi, cerca de Quito, hay una escultura de piedra dedicada al demonio bajo el título de ‘El Poder Brutal’. Y es que en realidad el poder que se ejerce por medio de la fuerza bruta, inconsciente y despiadada, parece salida del infierno por su carga de monstruosidades. En América Latina y el Caribe, el poder brutal ha sido una constante a lo largo de todo el siglo veinte. Basta remitirnos a las décadas iniciadas en el año 60, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, pues desde entonces el imperio del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como expresara José Martí, descargó sobre nuestros pueblos un torrente de sangre mediante golpes de Estado, magnicidios, asesinatos a mansalva de revolucionarios reales o supuestos, millares de desaparecidos, en medio de torturas masivas, invasiones de marines y de ejércitos mercenarios. Todo en nombre de la libertad, la libre empresa y la democracia. Los nombres de Bush, Reagan, Kissinger, Pinochet y otros héroes de tal infierno son demasiado conocidos por la historia contemporánea. Y con ellos las figuras de la CIA, el Pentágono y los estados mayores de prácticamente todos nuestros desdichados países.

En el caso de Ecuador, hay cuatro casos emblemáticos de poder brutal: en su orden, el magnicidio del presidente Jaime Roldós Aguilera, la represión contra Alfaro Vive Carajo (AVC), la desaparición de los hermanos Restrepo y el caso Fybeca (la tragedia de las Dolores). Todos ellos episodios en los que se vieron involucrados elementos de las Fuerzas Armadas y la Policía, incluidos oficiales de alta graduación designados o amparados por los gobiernos de turno.

En todos estos casos ha brillado la impunidad, en el afán de perpetuarla para que los responsables y culpables escapen a todo castigo. Pero al final del túnel, de estas cavernas de ignominia, comienza a mostrarse una luz, un cierto rayo de justicia, gracias a la hora de cambios que vive nuestra patria. De allí que vemos que todos estos casos se mueven en la Fiscalía y en los respectivos tribunales, despertando la esperanza de un país que creía haberla perdido para siempre. Mas el camino se muestra duro y largo de andar, porque hay autores, cómplices y encubridores poderosos, aquí y en el exterior, entre los que se cuentan potentados del imperio y reyezuelos menores de origen criollo. Ellos se han confabulado para sabotear y entorpecer la acción de la justicia, apelando a la intimidación y la amenaza e invocando mañosamente el espíritu de cuerpo para lograr que se unan instituciones como las Fuerzas Armadas y la Policía, supuestamente atacadas por enemigos de ellas, que no están entre quienes buscan justicia sino entre quienes la enlodaron y la pisotearon toda la vida. Estos elementos, representantes del poder brutal, ya fracasaron el 30 de septiembre de 2010 y volverán a fracasar, porque al fin la dignidad, la conciencia y la valentía se han abierto paso con fuerza en el seno del pueblo ecuatoriano.

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