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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

El plagio de la democracia

19 de agosto de 2016 - 00:00

Los ángeles y demonios en un proceso comicial surgen con naturalidad, casi asombrosa, de aquellos que con ambiciones personales y codicia de poder buscan en entidades fácticas de la gran oligarquía los recursos financieros, el consentimiento de sus líderes, para  candidatearse a altas dignidades de la república. Las cuentas publicitarias y la forja de aceptación ciudadana exigida por la ocasión electoral parten, entonces, de sus influencias, no de la capacidad del o la nominado(a). Sucedió, sucede en nuestro país, del mismo modo, en naciones de Latinoamérica.

Son varias las explicaciones, para descifrar los exabruptos de la contemporaneidad eleccionaria capaz de aproximarnos a las influencias de las subterráneas ansias de dominio de las clases privilegiadas, que antes recurrían a escuadras nocturnas para cuartelazos, y que hoy disponen de sus medios de difusión, para intentar putschs que en Ecuador encuentran eco en sectores de la pequeña y mediana burguesía y han puesto y ponen en riesgo la consolidación republicana. La discusión colectiva en las votaciones para elegir las máximas autoridades del Estado es justa e implica participación del pueblo en los organismos partidarios y no solamente de las cúpulas. Desde la perspectiva del progreso social en nuestra tierra, esta última década es de progreso, no solo en la arquitectura, de la infraestructura material para avanzar al desarrollo de la patria, en que se privilegia la búsqueda del bienestar para las mayorías y el énfasis en el oro infinito del talento humano y su agenda de excelencia; también en el saber cultural político de las masas.

La preeminencia de la raíz popular en la selección de aspirantes a cargos notables en el lar público, la lealtad ideológica, contextura ética, junto a las dotes intelectuales, han sido y son los valores a ponderar en la calidad humana de los aspirantes y que se cumplen en las filas de Alianza PAIS para escoger a sus postulantes. Ahora que se requiere optar por un  candidato que acceda al solio presidencial y sustituya a Rafael Correa, para que continúe la obra redentora, estos principios deben mantenerse incólumes, hoy más que nunca y siempre. Las viejas estructuras de selección de los pretendientes en la partidocracia mostraron su falta de moral y sus egoísmos en el pasado, y en la actualidad son de mayor cuantía, por la falta de un mando único y, en consecuencia, el ejército de oportunistas y renegados, ávidos, nostálgicos de poderío perdido, lo estará pensando muy bien, para qué lado tomar en sus proditorios fines. “Siempre se puede confiar en los traidores, no cambian jamás”, decía el comandante sandinista Tomás Borges. Con el respeto debido, discrepo: los nuestros cambian, para peores conductas.

El panorama electoral nacional de a poco se aclara, aunque esté vigente la consigna única de la reacción: desalojar al pueblo de Carondelet. La santa alianza de la derecha económica y política  a través de sus aparatos de dominación: la mediocracia con la cotidiana dosis letal de infundio y falacias; las Cámaras de la Producción y su voz depresiva de absurdos reveses que surgen de su paranoia epidérmica, por exigencias impositivas; líderes de los clubes de amigos y parientes llamados partidos políticos donde se confunden nihilistas, banqueros, jefes indígenas militares retirados que en la radio y televisión mercantilistas enfrentan al Gobierno sin razones ni verdad.

Empero, se equivocan. El secuestro del sistema democrático que anhelan los conjurados fallará. Los zorros de la componenda vil deberán enfrentar a un león, el pueblo ecuatoriano, que se opondrá, con inteligencia y valor, en febrero de 2017, a que aniquilen las conquistas logradas. (O)

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