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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

El paso a desnivel

13 de julio de 2015 - 00:00

“Lindo Quito de mi vida (…)”. No hay nada más que cantar. Quito, la ciudad, la capital, vive un vacío administrativo grave. Lo mucho que se ganó en orden urbano lo vamos perdiendo de a poco. Parece que la política pública municipal radica en no hacer nada. O hacer publicidad, marketing de lo imaginario frente a lo existente.

Es una propuesta del anuncio que no llega a cumplirse nunca. Grandes pancartas de obras por venir, pero que no llegan. Grandes anuncios de un Quito imaginario que llegará algún día; mientras tanto, todos a aguantarnos lo que hay y nada más.

¿Por qué sucede esto? Quizás la respuesta es bien simple: no tener la capacidad para gobernar una ciudad o el que se pretenda hacer de la ciudad una tarima para catapultarse a una posible candidatura. Quito no solo es una ciudad importante, como todas las demás, sino que guarda esa condición de ser la capital del Ecuador. Esa condición obliga a todos los que viven en ella y más aún a sus autoridades a tener una visión global, integral, oportuna, eficiente, eficaz, de proyección de futuro. Pero sobre todo de solidaridad, de justicia, de equidad, de igualdad. Y eso es lo que se está perdiendo. La capital no superará sus problemas con una radicalidad mediática privada de defender a quienes creen es un potencial opositor al Gobierno.

Esta parálisis urbana tiene, sin duda, sus ganadores, desde empresarios hasta políticos que están haciendo de la capital su botín político.

Les saldrá bien caro seguir por ese camino. Ni los estrategas ni los asesores repararán los daños estructurales que se están produciendo por la falta de obras.

¿O se quiere generar una degradación de los servicios para justificar la privatización de los mismos e imponer el modelo ‘exitoso’ de la marginalidad, de la exclusión, que para colmo ha calado como un modelo de autonomía, prestigio y ascenso social? Quito no puede perder su acumulado político, su acumulado histórico. Vivimos un tiempo único, especial, de disputas políticas, de disputas al poder histórico que aún domina distintos ámbitos de la vida social.

Domina aún en el mundo de los imaginarios, las representaciones, las ideologías. Si queremos un país con justicia social e igualdad necesitamos que el mundo urbano, que no solo son las ciudades, se revolucione en sus estructuras. No es viable ciudades donde el discrimen, la segregación sea la política del ordenamiento urbano. O que el suelo sea el gran negocio de la vida para enriquecerse a costa de los que más necesitan vivienda y trabajo digno.

¿Hasta cuándo la ciudad, sus ciudadanos tendrán la paciencia para aguantar el desgobierno local? Los gritos, las emociones del momento, no salvarán a quienes están atentando contra el bienestar de la urbe.

Ni el Twitter, ni el Facebook, ni los selfies ni el cuento corto de las rebajas de impuestos lograrán cortar la demanda política de exigir una ciudad habitable, solidaria en sus cimientos y equitativa con el país entero. La ciudadanía exige más política pública, más gestión y administración eficiente, menos espectáculo, menos show mediático, más obras y no un simple paso a desnivel que ni siquiera es municipal. (O)

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