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El Telégrafo

El oro o el agua

07 de marzo de 2012

Es un signo de los tiempos que todos los países latinoamericanos -bien raras son las excepciones- tengan problemas con la minería, aun con los gobiernos llamados progresistas.

Ecuador no escapa a la lista, con el caso patente de la Texaco en el Oriente y las protestas en varios lugares del país. ¿No será un llamado para que sus gobiernos reorienten sus políticas de extracción minera? Y en nuestro país se acaba de firmar un contrato de extracción minera a gran escala. Los ejemplos de extracción minera a gran escala en América Latina son espantosos.

Los casos de Chile, Perú y Guatemala están a la vista: ¿se ha reducido la pobreza en estos países? Más bien solo una minoría se ha enriquecido y las grandes multinacionales jubilan.

En Ecuador debemos preguntarnos qué necesitamos primero: ¿más dinero o mejor repartición de los bienes producidos? Sabemos que en nuestro país el mayor problema y el causante de la escandalosa pobreza es la desigualdad, o sea la inequidad en la posesión de bienes: a unos pocos les sobra lo que a la gran mayoría le hace falta.

En el “sistema de acumulación” en el que nos encontramos, ¿no se harán los ricos más ricos y los pobres más pobres? Recuerdo siempre el lema de una campaña de Cuaresma que buscaba hacer conciencia sobre la necesidad de una mayor justicia nacional: “No es el pan que hace falta, sino la voluntad de repartirlo juntos”; decía exactamente “condividirlo”.

Jesús nos advierte: “Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”. El inmenso tesoro de Ecuador es su gente, su naturaleza, su agua. Los indígenas protestan, la naturaleza se muere y el agua se contamina aceleradamente.

Recordemos también el aviso del sabio: “Cuando, por venderlos, hayas cortado el último árbol, matado el último animal silvestre, secado el último río, te darás cuenta, mas demasiado tarde, que el dinero no se come”.

Me duele este mi país: un Ecuador sin árboles, un Ecuador contaminado, un Ecuador de agua enlatada, un Ecuador donde la brecha entre ricos y pobres sigue creciendo.

Definitivamente no estoy a favor de la minería a gran escala, porque hay que elegir entre el oro y el agua, entre el dinero y la vida, por un país de árboles frondosos, de ríos de aguas claras y de gentes buenas, valientes que prefieren “comer un pan de pie y no un pollo de rodillas”. Personalmente opto y seguiré luchando por una vida sencilla, digna y fraterna, que no me la dan ni el oro ni el dinero.

No quiero ser millonario ni terminar en el basurero de la desesperanza.

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