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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

El mundo horrible de sus corazones

16 de marzo de 2016

Resulta imposible estar de acuerdo con las declaraciones de la exviceministra de Turismo en Alemania, a propósito del crimen de Montañita, sobre todo porque culpabiliza a las víctimas de una manera entre burda e ingenua que, al tratarse de la representante de un país en un evento internacional, deja bastante que decir.

Sin embargo, después de la andanada de reacciones ante el error de la exfuncionaria (y ya es EX, por si acaso) tal vez sea necesario hacer algunas pequeñas reflexiones, no tanto políticas, sino de una mera observación del comportamiento en este tipo de circunstancias. Obviamente, quienes pusieron el grito, los gritos en el cielo nada más medio pronunciada y apenas difundida la opinión, fueron personas de la oposición. Aparte de que la ‘facebookearon’ y la ‘tuitearon’ con verdadero frenesí, como si hubiéramos ganado nuestra segunda medalla olímpica, o cosa parecida. Curiosamente, son los mismos personajes que se han pasado nueve años lloriqueando en todos los tonos porque en este país, supuestamente, ya nadie puede expresar libremente su discrepancia con nada. Los que entre sollozo y sollozo han citado innumerables veces la famosa y trillada frase de Voltaire, algo así como: “No comparto tus ideas, pero moriría por defender tu derecho a expresarlas”. ¿No es este, el de la exviceministra, un caso extremo de esto mismo, en donde los sacrosantos apóstoles de la libertad de expresión tenían una oportunidad de oro para demostrar su santidad a ultranza?

Pues no.

Hubo quien, haciendo gala de un sarcasmo digno de mejor causa, llegó a llamarla “la señorita de la media neurona”. Calificativo ampliamente aplaudido en las redes. Cabe una pregunta: ¿se puede, entonces, pedir o exigir a los funcionarios del régimen respeto y ponderación en su discrepancia? ¿Hay derecho? ¿Por qué el sarcasmo que es ingeniosidad en los unos es una grosería y una agresión en los otros?

Y está lo otro, similar al caso de Solca: la prensa, y no solo la prensa oficial se ha hecho eco ya de la inmediata renuncia de la exviceministra de Turismo, así como del abono a Solca de lo requerido para este primer trimestre del año. Sin embargo, ahí todo el mundo calla. Nadie se pone, frenético, a reproducir estas informaciones a la misma velocidad y con el mismo entusiasmo con que se reprodujeron las críticas y los infundios. Nadie retira sus palabras. Nadie extrema las alabanzas o por lo menos se alegra porque las cosas no han sido como se pensaba. Nadie. Los editorialistas, los facebookeros, los tuiteros que tenían todo un muestrario de ‘memes’ e imágenes gritando ‘Paguen a Solca’ han enmudecido, tal vez decepcionados porque ya se les acabó la fiesta.

No, no es malo discrepar. Es legítimo y hasta saludable. Pero sí es mala la cizaña que se confunde con el trigo, la maledicencia, el sarcasmo enfermizo que para peor cosecha réditos, el odio, el sesgo y, en últimas, la artería que caracteriza a nuestra oposición que cada día se presenta un poquito menos que mediocre. (O)

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