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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

El líder y la historia

01 de mayo de 2014

Todo proceso revolucionario, en cualquier país, requiere líderes que sean capaces de captar la profundidad y las particularidades del momento, para poder orientar y conducir a las masas, que son, en fin de cuentas, quienes construyen la historia. Sin esa capacidad de penetrar la realidad, los dirigentes pueden llevar a los demás a jornadas importantes, tales como ganar elecciones y dictar leyes y constituciones brillantes, pero no producir cambios incisivos en los planos que toda revolución exige: cultura, sociedad, economía.

Pero tener profundidad de vista no es suficiente. El líder debe también tener la virtud de ver lejos, más allá de la maraña cotidiana, donde apenas se dibuja el horizonte. Pero esto tampoco es suficiente: el líder auténtico debe ser un aglutinador de las masas, lo que le obliga a despojarse de todo sectarismo, para unir a todos en la marcha, sabiendo a ciencia cierta que no todos caminan igual, que hay ritmos diferentes y distintos puntos de partida. Aún más: el líder debe ser quien da el primer paso siempre, si quiere que le sigan en el escabroso camino revolucionario. Las masas siempre desconfían o terminan desconfiando de los burócratas que dan órdenes desde un frío escritorio o una cómoda poltrona.

Reflexiones como estas son necesarias hoy cuando militantes y simpatizantes de Alianza PAIS enfrentan hoy, 1 de mayo, en la ciudad de Esmeraldas, un reto histórico, que entre otras decisiones incluye la elección de sus dirigentes nacionales, según se ha dado a conocer públicamente. Y es que se trata de eso: de un desafío histórico, pues sin una acertada conducción, el naciente proceso revolucionario que vive nuestra patria terminaría por frustrarse o, al menos, por estancarse quién sabe por cuánto tiempo.

Claro que Rafael Correa Delgado es el líder indiscutido de este proceso, que en alto grado ha surgido de su aguda visión del momento y del futuro, y del justo enlace dialéctico que él hace del caso nacional con el entorno mundial y, en especial, latinoamericano. Pero obviamente Correa no puede estar en todo ni dirigirlo todo, pues sus funciones de Presidente de la República le obligan a una abrumadora carga administrativa, por lo que resulta indispensable que el movimiento que él dirige cuente con un conjunto de dirigentes nacionales, hombres y mujeres, leales al conductor del proceso, sí,  pero que a la vez dispongan de personalidad propia, de criterio independiente, de sentido unitario permanente, de tolerancia frente a la crítica e intolerancia autocrítica frente a los errores propios, que es la única manera de poder corregirlos a tiempo y honestamente, sin justificarlos con tal o cual pretexto ni culpar a los otros por los errores o fracasos.

No concluye allí el perfil que requiere actualmente un verdadero liderazgo, pues al mismo tiempo debe tener habilidad y arte para organizar a los militantes, a los simpatizantes y a las masas, pues de acuerdo a un viejo principio, justificado por la historia, la revolución no se hace, se organiza.

Desarrollar estas capacidades exige, por supuesto, una base consistente de formación ideológica y política, que le distinga al líder del montón, sin que esto le haga sentirse superior a nadie. Sin esa base de principios y conocimientos programáticos, el líder no puede ir muy lejos ni conducir a los demás por rumbos acertados.

Por fortuna, en el actual proceso hay un enorme caudal de valores humanos, que desgraciadamente se desaprovecha por razones de sectarismo, burocratismo, debilidad ideológica e ignorancia política.

La pregunta que todos nos hacemos ahora es si la convención nacional de Alianza PAIS se pondrá a la altura de la historia, o será un escenario de discusiones ociosas y pretensiones inmerecidas de figuración y liderazgo.

Desde luego, este enfoque sobre el papel del liderazgo ensambla totalmente con una clara definición del proceso hacia la izquierda, única manera de avanzar a cambios profundos y construir la nueva historia.

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