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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

El juego de las expectativas

19 de febrero de 2014

Existen dos clases de ateos: los primeros, muy pocos, lo son por convicción, sencillamente no creen en un dios ni cosa que se le parezca y definen su vida y sus acciones a partir de su convencimiento. Los otros –los más quizá– creen en Dios… pero están resentidos con Él. Lo suficientemente como para fingir demencia e ignorarlo, y decirle a todo el mundo que Dios no existe porque si existiera haría esto, haría el otro, mandaría al infierno al tal o al cual, impediría el mal en el mundo y etcétera, etcétera. Entonces creen en algo así como Dios, pero están enojados con Él por no haber hecho lo que ellos pensaban (¿han escuchado la humildísima frase “Dios debería…”?) o creían correcto, y como eso es tan difícil de asumir y aceptar, deciden que mejor no existe, o sea como cuando una decide que un mal amigo, un exmarido o una amiga traicionera ya no existen, pero ahí están, y es necesario hacerles saber que no existen más.

Salvando las enormísimas distancias, algo similar ocurre con la oposición al presidente Correa. Existe gente que jamás estuvo de acuerdo con sus planteamientos. Gente que sencillamente no cree en las ideas o ideales políticos del Presidente y desde esa posición defiende lo suyo. Hay que reconocerles a ellos la consecuencia. Generalmente son la gente de la derecha ideológica y neoliberal de este país… y también de otros.

Es malsano mirar solamente lo que no pasa, lo que no hay, lo que sale mal… cuando hay tantas cosas que están mejor que antes.Sin embargo, están los y las que se hicieron las expectativas de que en el gobierno de Correa ocurriría en menos de un minuto todo lo que ansiaron en todos los campos habidos y por haber. Al contrario del caso divino, estas personas en un momento no tuvieron en cuenta la humanidad de Correa, su natural imperfección. Y cuando no hizo lo que pensaban que tenía que hacer, decidieron negar su existencia sin pensarlo dos veces. Y odiarlo con todas las fuerzas de su ser. Y manifestar este odio en todas las tribunas, y no solamente eso, sino hacerle el juego a aquellos que lo odian por convicción y no por frustración y resentimiento.

“Lo perfecto es enemigo de lo bueno”, reza un conocido refrán. Y los grandes cambios se hacen poco a poco. Es malsano mirar solamente lo que no pasa, lo que no hay, lo que sale mal… cuando hay tantas cosas que están mejor que antes.

Verdad que hay decepciones (por ejemplo, la típica cerrazón católica en el caso del aborto), pero estar en contra de todo y hacerle el juego a quienes realmente desean un retroceso porque las cosas no fueron tal y como soñamos, no solo no es inteligente: es inmaduro.

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