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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

El flanco débil de la comunicación política

10 de agosto de 2014

@OrlandoPerezEC

Los hechos determinan el orden y el rumbo de los acontecimientos. Es una máxima de la ciencia política y de la sociología, en términos generales y un tanto ‘vulgares’. Y por eso, la mayoría de los grandes procesos políticos no fue escrito en un libreto, guión o plan muy ‘inteligenciado’.

En el conjunto de esos acontecimientos, la política real es ese esforzado trabajo de los ciudadanos, organizaciones, líderes y partidos por adaptarse a ese devenir o, por lo menos, forzar su incidencia en ese rumbo. Para eso, por supuesto, hacen falta ciertas aptitudes y, como nunca antes, una bien definida visión de política de la comunicación.

Como dice Michael Ignatieff: “Un político inteligente entiende que lo único que puede hacer es explotar los acontecimientos en su propio beneficio. Aunque siempre se califica a los políticos de oportunistas, el arte de la política consiste esencialmente en ser un maestro del oportunismo”.

Este político, pero sobre todo académico canadiense, publicó Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en la política, un libro sobre su experiencia como senador y candidato a primer ministro por el Partido Liberal, tras vivir varios años dando clases en EE.UU. Y entre varias de sus enseñanzas y aprendizajes señala que “la política pone a prueba tu capacidad de conocerte más que cualquier otra profesión”. Y por lo mismo destaca cómo en el terreno de la política (en el ejercicio de la autoridad o de la oposición) los hechos revelan hasta dónde nuestras aspiraciones, planteos y principios son valorados y entendidos por la ciudadanía y la llamada opinión pública.

En las últimas semanas hubo varios hechos que han revelado en qué estado se encuentra el terreno de la comunicación política del Ecuador, de sus actores políticos (donde se incluyen, por supuesto, los medios de comunicación, los periodistas, editorialistas y caricaturistas) y la reflexión académica y del ‘ejército’ de ‘tuiteros’ y ‘facebookeros’.

Lo fundamental: cada disputa se convierte en una tensa batalla ‘a muerte’. Y las respuestas, la mayoría de baja calidad intelectual, conllevan un debate intenso y carente de profundidad. ¿Y cuáles son esas disputas? ¿Son las que involucran el devenir de la patria, el cambio de la matriz productiva, la búsqueda de soluciones a los problemas endémicos y/o la situación con respecto a la economía y el comercio mundial donde tenemos graves dificultades y retos? ¿En esa disputa se refleja la democratización de la misma comunicación y de los propios medios de todo tipo?

No, a la postre, el espectáculo es lo que prima. Y ese es el flanco débil de la comunicación política: llevar todo al campo del ‘show’ para que en su lógica (¿set y escenario?) se resuelvan las tensiones, supuestas contradicciones de fondo y las disputas, muchas veces personales. Las diferencias ideológicas parece que se borran en esa lógica. Por eso no es raro que ciertas izquierdas coincidan sin recelo con las derechas bajo una supuesta neutralidad ideológica ante el ‘imperio del autoritarismo’. Y también, en esa lógica entran como protagonistas y adquieren ‘prestigio’ los menos preparados para el debate y la reflexión.

Nos hace falta una comunicación política para entender el proceso de transformación en la economía, las dificultades para el cambio de la matriz productiva, el reto de un cambio de mentalidad en nuestros comportamientos consumistas, comerciales, artísticos e intelectuales. No podemos preciarnos, de lado y lado, que estamos mejor si solo tenemos más capacidad de consumo sin incidir en una transformación en nuestra capacidad de entender nuestra propia contemporaneidad y sus complejidades, para revolucionar la cultura.

Poner en orden ‘nuestros asuntos comunes’, como pide Ignatieff, implica una comunicación política agresiva, inteligente, creativa, potente y movilizadora, sin show, pero sí con altas dosis de sintonía con los nervios de nuestra identidad.

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