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El Telégrafo

El duende de Esmeraldas

03 de marzo de 2012

El pasado miércoles, en la comunidad carchense de Santa Ana, cerca de La Concepción, se presentó el libro Jugando con el abuelo y la abuela, mitologías de Carchi, Imbabura y Esmeraldas, una iniciativa de las regionales del Ministerio de Cultura de Ecuador.

Fue presentado a los niños y niñas de esta localidad que hace dos siglos tenía esclavos en las plantaciones de caña, regentada por los jesuitas.

El evento puso en escena al grupo de teatro, liderado por Patricio Martínez, con obras basadas en los mitos como la Chificha, un ser mitológico del mundo andino, pero también el Riviel, que no es otro que el duende que habita en la costa de Esmeraldas.

¿Por qué son importantes los mitos? Como para los griegos, quienes tenían su Odisea, que habla de los mitos, y la Ilíada, que refería sus batallas, el país únicamente tiene una visión de la historia: la épica, donde abundan héroes, caballos y charreteras. Los mitos han quedado como una superchería o “cosa de viejos”.

Sin estos relatos, un pueblo no tiene brújula porque precisamente nos hablan de su manera de entender el mundo. Es hora de que nosotros apreciemos nuestros seres fantásticos. Aquí, el texto del Riviel, que no le pide favores a los basiliscos:

El hombre era apuesto. Por las noches, iba en su canoa para buscar parranda. Bailaba tan bien los ritmos de los andareles como, por supuesto,  la caderona.  Era diestro para las décimas y no había quien le gane. Aquí vengo vida mía  / tan solo es por pretenderte  / mi gusto es tan solo verte / corazón de Alejandría.

Con este verso cautivaba a las muchachas. Si se trataba de duelos de décimas era el mejor.  Un diablo se cayó abajo  / y otro diablo lo botó / y otro diablo le contesta /  ¿Cómo diablo se cayó?

Una noche regresaba en su canoa después de una algazara.  El mar estaba picado y una ola enorme golpeó la frágil embarcación. Pereció en medio de un remolino. A veces,  cuando un parrandero baja por el río,  asoma el aparecido montado en una canoa,  partida por la mitad.  Es como ataúd envuelto por el haz de una vela encendida.  En la popa va el hombre, confundido en su enorme sombrero.

El fiestero, entonces, debe dirigir inmediatamente su canoa a la orilla porque el Riviel, como si fuera un faro infausto, lo guía hasta un remolino para que desaparezca en las aguas de esta tierra de prodigios.

Los pescadores que acuden a sus faenas no precisan de ningún rezo para ahuyentar al Riviel. Los abuelos dicen que en esos casos el antiguo bailador protege a la gente del mar, para que tengan  una buena faena.

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