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El Telégrafo
Fander Falconí

Disparate financiero

24 de diciembre de 2014

Buscamos recursos en la banca internacional para financiarnos y, a su vez, tenemos dinero improductivo en el sistema financiero del mundo rico. Se trata de una gran contradicción que se opone al sentido común.

América Latina tiene $ 1.083,6 millones en depósitos en el resto del mundo. La cifra consolidada (más de un millón de millones de dólares estadounidenses) proviene de una reconstrucción de información sobre la base de las siguientes fuentes: el Banco de Pagos Internacionales (BIS, en inglés; el banco central de los bancos centrales con sede en Basilea), el Tesoro de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra. Mucho dinero afuera.

Los depósitos -inversiones de corto, mediano y largo plazo, e ingresos líquidos en bancos- en Estados Unidos suman 855,1 mil millones de dólares. Al 30 de junio de 2014, este monto se desagrega de la siguiente manera: 40,8 mil millones en inversiones de corto plazo del Gobierno (T-bills), 533,8 mil millones en inversiones de largo plazo, cuya gran mayoría son bonos (T-bonds) y 280,5 mil millones en depósitos líquidos en bancos.

Además, América Latina y el Caribe tienen depósitos de 45,5 mil millones en bancos de Inglaterra  y 183 mil millones en bancos de otras jurisdicciones.

Mientras tanto, la región está ávida de divisas, sea como préstamos de organismos multilaterales o como inversión extranjera directa de las mismas transnacionales de los mismos países del Norte. Los depósitos líquidos en el exterior representan lo peor de la vieja y obsoleta arquitectura financiera.

Es increíble que los latinoamericanos tengamos nuestros ahorros en el sistema financiero de los países ricos. Una de dos: o la dependencia está en la mente o existe una complicidad que bordea con lo ofensivo, entre los políticos latinoamericanos y los financistas del Norte.

Frente a ello hay que insistir en lo que se denominó ‘nueva arquitectura financiera regional’ (NAFR). La NAFR busca constituir un espacio monetario regional para el intercambio de bienes y servicios, el Sucre, estructurar un instrumento financiero para la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), el Banco del Sur, una red de seguridad financiera alternativa al Fondo Monetario Internacional (FMI) y tribunales alternativos para tratar los diferendos relativos a inversiones.

En época de crisis internacional no resuelta, con nuestros principales mercados con un crecimiento más lento o en franca recesión -en particular el ruso por el desplome del rublo-, América Latina se contagia por su sector externo, en una coyuntura de baja de precios del petróleo y las materias primas. Más ahora que las cuentas corrientes de la región han sido abandonadas al libre comercio y las cuentas de capitales siguen expuestas a la especulación financiera de los grandes bancos, una vez consagrada la libre movilidad del capital neoliberal.

Ninguna prudencia u ortodoxia económica justifica tanto disparate en contra de nuestros pueblos. Ojalá la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) o Unasur, en época de vacas flacas, tengan la osadía de corregir esta estructura financiera inicua y logren cristalizar la ‘nueva arquitectura financiera regional’.

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