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El Telégrafo
Eduardo Jurado

Devolver la confianza

05 de enero de 2018

En recesión, los ahorros de las personas se vuelven más valiosos. Si los precios caen, los consumidores pueden comprar más bienes o demandar más servicios a precios más bajos. Y si los salarios o los intereses bajan, las empresas tenderán a contratar más mano de obra y a invertir nuevamente. Jean-Baptiste Say (1767-1832) formuló que la respuesta a cualquier excedente de bienes, de mano de obra o de ahorros, era simplemente hacer más bienes. Los precios, los salarios y las tasas de interés se ajustarían para equilibrar la oferta y la demanda, y el sistema encontraría el nuevo equilibrio. En definitiva, las empresas, antes de convertirse en una fuente de demanda, deberían ser una fuente de oferta. Su razonamiento dio lugar a la ley que lleva su nombre: “Cuantos más bienes se produzcan, más bienes existirán que constituirán a su vez nueva demanda para otros bienes”, o dicho en sencillo: “La oferta crea su propia demanda”.

Say admitió que su proposición tenía una condición paradójica que se revertía contra ella misma, ya que sonaba temeraria la creencia “si lo construyes, ellos vendrán” o “ustedes ponen el suministro y la demanda vendrá después”. La Ley de Say fue formulada en las antiguas economías de trueque. Como sabemos, en una economía de trueque, el comercio no se realiza en dinero. 

Lo que sucede en la economía moderna es que en recesión es racional no gastar. John Maynard Keynes, al introducir la psicología y la incertidumbre en la economía, propuso que la inversión no solo se veía afectada por el ahorro, sino por el optimismo. Si cae el optimismo y la demanda es débil, contrariamente a la Ley de Say, habrá un pequeño incentivo para invertir, sin importar qué tan grandes pudieran ser las ganancias o qué tan deprimidos estén los salarios o qué tan bajas sean las tasas de interés.

Si las condiciones macro y microeconómicas para el desarrollo de actividades empresariales fueran optimistas, lo lógico sería utilizar inmediatamente cualquier ingreso, dado que mantener dinero sin uso es ineficiente. Pero lo que sucedió en el correísmo es que, por el constante ataque a la confianza, hubo una gran cantidad de dinero de los consumidores y de los empresarios que no se usó para comprar ni se invirtió. Y como el Estado ya no pudo gastar ni invertir más, “la música se apagó”. Las economías en la cual el ahorro no se convierte enseguida en inversión y los gobiernos recortan los presupuestos públicos, entran en una “trampa de liquidez” que contrae aún más la economía. La relación “ahorro igual a inversión” no se establece automáticamente. Es cuestión de confianza y optimismo. (O)  

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