La despolitización que vivió el Ecuador en las últimas décadas del siglo XX fue producto innegable del neoliberalismo; aquella conjunción de visiones, misiones e instituciones internacionales para liberalizar y profundizar todos los ámbitos de la economía, pero, sobre todo, para que la economía financiera tomase las estructuras maltrechas de los países llamados subdesarrollados y las pusiese a la venta al mejor postor con el objetivo fundamental de que el mercado gobierne las instituciones sociales y políticas bajo el credo de que aquel es el mejor asignador de recursos y bienestar para una sociedad.
Pero no actuó solo. Gran parte de las acciones ideológicas centradas en los valores morales y éticos fueron desarrolladas por la llamada “democracia cristiana”. Ella fue la sucesora de propuestas ideológicas que gobernaron el país a su modo y antojo hablando a nombre de las mayorías pero gobernando para las familias a las cuales representaban. La democracia cristiana fue la que de mejor manera adelantó las iniciativas del llamado Consenso de Washington; recreó e innovó el social-cristianismo de los años ochenta como también puso al día al viejo y moribundo conservadurismo de las oligarquías hacendatarias.
Esa mezcla ideológica produjo una democracia cristiana que bien supo proclamar el libre mercado, pero también la necesidad de un Estado regulador, pero mínimo; fue una de las impulsoras de reivindicar el localismo, la descentralización o la autonomía a partir de magnificar episodios heroicos del pasado colonial o independentista, pero a su vez reclamar el abolengo, el prestigio de las familias nobles y el derecho de los “mejores” cristianos para gobernar la ciudad como un pequeño Estado.
Esa mezcla daba cabida a todos los gustos y sabores; logrando de facto contrarrestar el avance del secularismo en el poder político y en la opinión pública. Su visión en términos morales es oponerse al avance de los derechos de segunda y tercera generación, pero sin pelear por la reducción de impuestos; aunque haya que pedir a otro el dinero para no quedar mal con los electores. Del liberalismo toman el principio de las “iniciativas individuales” del emprendimiento productivo, pero sobre todo comercial e importador. Es decir, que hacen una amalgama de conservadurismo moral y social para que las “buenas costumbres y valores” no cambien y se preserven como un orden natural del gobierno, pero a su vez reclaman que el hombre en su individualidad es el motor mismo de la libertad y ésta del mercado.
Su gran cobertura discursiva es invocar continuamente a un dios que observa y controla todo y que da su venia a sus heraldos en la tierra para que gobiernen. Esos demócratas cristianos nunca cuestionan el capitalismo o peor aún lo desafían. Porque consideran que el mismo es parte del orden natural de las cosas: un destino manifiesto. Por eso el socialismo tiene el deber de denunciar toda forma de egoísmo que pone en el centro social al capital y no al ser humano.