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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Democracia cristiana, eterno retorno

01 de septiembre de 2014

La despolitización que vivió el Ecuador en las últimas décadas del siglo XX fue producto innegable del neoliberalismo; aquella conjunción de visiones, misiones e instituciones internacionales para liberalizar y profundizar todos los ámbitos de la economía, pero, sobre todo, para que la economía financiera tomase las estructuras maltrechas de los países llamados subdesarrollados y las pusiese a la venta al mejor postor con el objetivo fundamental de que el mercado gobierne las instituciones sociales y políticas bajo el credo de que aquel es el mejor asignador de recursos y bienestar para una sociedad.

Pero no actuó solo. Gran parte de las acciones ideológicas centradas en los valores morales y éticos fueron desarrolladas por la llamada “democracia cristiana”. Ella fue la sucesora de propuestas ideológicas que gobernaron el país a su modo y antojo hablando a nombre de las mayorías pero gobernando para las familias a las cuales representaban. La democracia cristiana fue la que de mejor manera adelantó las iniciativas del llamado Consenso de Washington; recreó e innovó el social-cristianismo de los años ochenta como también puso al día al viejo y moribundo conservadurismo de las oligarquías hacendatarias.

Esa mezcla ideológica produjo una democracia cristiana que bien supo proclamar el libre mercado, pero también la necesidad de un Estado regulador, pero mínimo; fue una de las impulsoras de reivindicar el localismo, la descentralización o la autonomía a partir de magnificar episodios heroicos del pasado colonial o independentista, pero a su vez reclamar el abolengo, el prestigio de las familias nobles y el derecho de los “mejores” cristianos para gobernar la ciudad como un pequeño Estado.

Esa mezcla daba cabida a todos los gustos y sabores; logrando de facto contrarrestar el avance del secularismo en el poder político y en la opinión pública. Su visión en términos morales es oponerse al avance de los derechos de segunda y tercera generación, pero sin pelear por la reducción de impuestos; aunque haya que pedir a otro el dinero para no quedar mal con los electores. Del liberalismo toman el principio de las “iniciativas individuales” del emprendimiento productivo, pero sobre todo comercial e importador. Es decir, que hacen una amalgama de conservadurismo moral y social para que las “buenas costumbres y valores” no cambien y se preserven como un orden natural del gobierno, pero a su vez reclaman que el hombre en su individualidad es el motor mismo de la libertad y ésta del mercado.

Su gran cobertura discursiva es invocar continuamente a un dios que observa y controla todo y que da su venia a sus heraldos en la tierra para que gobiernen. Esos demócratas cristianos nunca cuestionan el capitalismo o peor aún lo desafían. Porque consideran que el mismo es parte del orden natural de las cosas: un destino manifiesto. Por eso el socialismo tiene el deber de denunciar toda forma de egoísmo que pone en el centro social al capital y no al ser humano.

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