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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Democracia a fondo

24 de agosto de 2015

Quizás pocas veces como hoy los sentidos de la democracia se han puesto al debate en Ecuador. La importancia de la democracia ha pasado al orden del día. Ya no es un tema de reflexiones o de ideologizaciones teóricas a imponer en una sociedad. La democracia ya no es un pretexto para imponer agendas privadas o corporativas. De los sistemas de poder el que más ha violentado el ejercicio de la democracia ha sido el neoliberalismo.

Este sistema ideológico, fracasado en todo sentido, usó el concepto de democracia para encubrir de falsa legitimidad un orden que ponía al mercado por encima del bienestar humano y de la naturaleza. Para el neoliberalismo, la democracia se reducía a una práctica formal, electoral para avalar la forma particular de ejercer el poder político. El neoliberalismo impuso una democracia restringida; formuló argumentaciones sobre el bienestar de la sociedad a partir de un economicismo radicalizado donde el capital se convertía en el valor supremo del respeto y la valoración social. En esa lógica de la lucha de todos contra todos, el sentido de lo nacional, de la patria, de la heredad, del patrimonio social, se convertía en una contradicción entre deseo y realidad. Se exaltaban los valores patrios para justificar guerras sin sentido e imponer programas de liberalización y profundización financiera; reducir el Estado a su mínima expresión y desencadenar la lucha por el consumo suntuario como el referente del éxito social.

El fracaso del neoliberalismo es un hecho social contundente; se depredó la lógica de la protección social a favor de una acumulación sin pudor que aún hoy en día sigue existiendo en pocas manos. No se puede desarmar ese modelo de acumulación de la noche a la mañana. No bastan ocho años de cambios y transformaciones. Urge una mayor profundización de la democracia.

No vivir con los atavismos mesiánicos de un institucionalismo que solo ha funcionado en la mentalidad de los ideólogos de la superioridad del mercado por encima del bien común humano. Es insuficiente pensar que pronunciando la palabra populismo ya la historia social queda resuelta o que el conflicto desaparece si se enuncia la lógica del carisma desde el ‘tipo ideal’. Incluso los modelos de resistencia que fueron efectivos para sectores avanzados de las izquierdas de los noventa resultan obsoletos.

Seguir luchando contra el ‘Estado’ como figura fantasmagórica carece ya de sentido porque la realidad ha superado a esa táctica. El vanguardismo de aquella izquierda se perdió iniciando el nuevo siglo y no ha podido recuperar su horizonte ideológico.

Para colmo, frente a la ausencia de innovación, han optado por retroceder en el tiempo: regresar a las viejas formas de la política de las décadas del ochenta y noventa. Consignas vaciadas de contenido, pero saturadas de violencia como discurso político. Vacío que lo llena la derecha con su ideario de libertad: el nuevo ventrílocuo de la resistencia. Una democracia a fondo exige perder el miedo a confrontar. Solo así se podrá desenmascarar la falsa democracia de la restauración conservadora, que no solo puede habitar en la oposición, sino en agendas particulares de un proyecto político de transformación ciudadana. (O)

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