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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Cuentos electoreros

29 de agosto de 2016

En tiempos electorales renace cierta obsesión por concebir la política como un cúmulo de acciones desfachatadas de determinados sectores, movimientos y partidos. Por supuesto, nada de lo anterior es falso, pero esa imagen responde más a un ojo frívolo que a lo que en verdad se mueve por detrás de esos grupos.

El anuncio de la cantidad de movimientos habilitados para participar en las próximas elecciones también abona para creer que este es el reino -el Ecuador regional- del interés local. Pocas agrupaciones ponderan lo nacional y las declaraciones de sus flamantes voceros -a los medios- no dejan lugar a nociones políticas claras. Semejante talante, bien calculado, les permite negociar espacios y oportunidades con quienes más se les parecen, es decir, con quienes no tienen nada que perder y mucho que usufructuar. A eso, los filósofos mediáticos llaman democracia.

Del otro lado, en cambio, se encuentran varios sectores que reclaman para sí el legado ideológico de las izquierdas o las derechas. Un tanto para no perder legitimidad social y un tanto para distanciarse de los sectarios o los regionalistas que abundan en el reino.

En ese escenario las derechas no se hacen mucho lío y mezclan algunos de sus postulados tradicionales con ciertas demandas colectivas básicas, lo que se llega a denominar, pomposamente, social liberalismo, o sea, felices y sintonizados con las clases medias y el pueblo. Las izquierdas, mutatis mutandis, sí se hacen lío y no reconcilian postulados sino paradigmas esencialistas y ancestrales resistencias, de tal modo que varios dirigentes, mordidos por la modernización capitalista, se supone, se ven forzados a hacer pactos hasta con la nariz del diablo; porque el pueblo no importa, el pueblo son ellos. ¿Cómo?, ¿el pueblo no importa?, ¿el pueblo son ellos?
A pesar de lo anterior, caramba, hay un sinfín de políticos que siempre exhiben rectas conductas partidistas e imaginarios militantes. Su repertorio discursivo es espeso y cuando se ofrece hablan de cuadros, programas, reglamentos, etc. Nada de eso es extraño. Lo terrible y discordante es que tal afán florece en coyunturas electorales y, ni siquiera los más competentes, distinguen algo cardinal: los tiempos electorales no son los tiempos políticos.

Por eso es tan complicado hablar de política en Ecuador. Más fácil es pontificar sobre la participación electoral, la segunda vuelta o la inseguridad. Más fácil es despotricar contra el Estado, las instituciones públicas o las constituciones garantistas.

Los tiempos políticos exigen una comprensión totalizadora del Estado y la sociedad. Una diferencia entre lo político y la política. Un abordaje riguroso y frío de la correlación de fuerzas y una lectura simultánea de las relaciones de poder.

Pero los tiempos electorales, otra vez, subyugan. La cultura política, atada a una especie de coyuntura permanente, se hunde en discusiones sobre la tiranía, la libertad, lo local, lo territorial, lo burocrático. Un refrito que no separa ni aprehende la historia social de la historia política de un país al que le debemos, incluso, el dolor de pensarlo con los otros, a pesar de los otros y a favor de los más vulnerables. (O)

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