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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Con conocimiento de causa

17 de diciembre de 2014

Somos gente bien fina, como la princesa del cuento aquel que sentía la presencia de un guisante (o sea una alverjita insignificante) debajo de diez colchones rellenos de algodón y pasaba una noche de perros con esa situación, entre el resentimiento y el insomnio. Sensibles, como gente fina que somos, todavía nos sangra la herida de habernos rifado el país durante décadas y no poder seguir haciéndolo. Por eso estamos con los nervios de punta. Todo nos hiere. Todo nos afecta. Sobre todo si quien lo dice es el presidente Correa. Porque si nosotros decimos algo parecido no es grosería ni mala educación, no, qué va. Ahí es firmeza, hombría de bien, carácter, fuerza de voluntad, santa indignación.

Nosotros, que hablamos con conocimiento de causa, sabemos, por ejemplo, muy bien lo que es discriminar, y nos curamos en salud afirmando que cualquier comentario medio descalificatorio o mordaz dicho en una sabatina es una discriminación de la misma gravedad que el apartheid, por decir lo menos. O nos curamos en salud comparando (un poco irrespetuosamente, para qué nos vamos a hacer los inocentes) la masacre de Ayotzinapa con la prisión de los diez de Luluncoto. ¡Pero si es lo mismo! La única diferencia es que los diez de Luluncoto no han sido torturados, están vivos, y sí sabemos dónde se encuentran, pero por lo demás es igualito.

Y también sabemos de xenofobia, no se crean. Mencionar el color de cabello o de ojos de una persona es una clara prueba de eso, y si se hace en tono medio burlón, ni se diga. Atamos cabos, establecemos conexiones, sacamos conclusiones a la velocidad del rayo. Y psicologizamos: si desprecia a alguien rubio y con apellido extranjero es porque está insatisfecho de su propia identidad y desprecia a la mujer que escogió para esposa. No hay de otra. No importa que nosotros, en un pasado no todo lo remoto que se quisiera, hayamos desaparecido a dos jóvenes de origen colombiano amparándonos en prejuicios y mentiras, por mencionar un caso solamente.

Y también tenemos un finísimo sentido del humor, dejando siempre claro que, como no somos cualquier clase de gente y pertenecemos a otro bando, lo que en nosotros es humor fino en cualquier adversario nuestro es burda grosería, atentado a la libertad de expresión e irrespeto a los derechos humanos.

Artífices de la rabieta, reyes de la manipulación, expertos en la proyección de sombra, así esperamos ir minando poco a poco lo que se ha construido en este país. Y si se pierde todo lo ganado, mejor todavía.

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