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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

¿Cómo dice que dijo?

07 de octubre de 2015

Hubo un tiempo, en los albores de la humanidad, en el cual las familias eran muy diferentes a lo que hoy se considera como tal: cada clan era una enorme familia en donde los adultos compartían el cuidado de los niños y los niños tenían muchos padres y madres entre los cuales les resultaba difícil identificar cuál era de verdad su padre real o su madre biológica.

Con el paso del tiempo, sobre todo en las culturas donde la vida se veía más amenazada que en otras, los hombres de los inicios del patriarcado ‘tomaban’ varias esposas para que la especie pudiera reproducirse lo más posible. En muchas culturas, sobre todo del Medio Oriente, la poligamia está presente hasta el día de hoy. Y en las culturas de otros sitios existe eso que Engels llamó la ‘poligamia sucesiva’, mediante el divorcio.

En algunos momentos de su pontificado, el papa Francisco se ha referido, tal vez en un gesto de misericordia, a la necesidad de integrar a los divorciados a ciertos ritos. También se ha referido a la importancia de no emitir juicios en relación con la homosexualidad y quienes pertenecen a esta orientación sexual. Sin embargo, en ámbitos más formales, se retracta de estas palabras cuando vuelve a defender a la familia monógama y tradicional como la única forma válida y legítima de tener una familia, de constituirla y de mantenerla.

Más allá de que se esté o no de acuerdo con ciertas tendencias actuales, basta con observar un poco alrededor para darse cuenta de que el mundo está constituido por muchos tipos de familias diferentes, que se apartan en la normativa de la familia tradicional propugnada por las iglesias cristianas (olvidando algunas historias de la Biblia, sobre todo del Antiguo Testamento) y defendida por los sectores más conservadores de la sociedad.

Cada historia personal, cada historia familiar, cada destino que se sale de la norma oficial aprobada por las iglesias y por las sociedades (y son la mayoría, por no decir todos o casi todos) tienen una razón de ser. El fundador del cristianismo cita, en alguna parte de sus innumerables y bellos discursos, que no se tiene que juzgar para que nadie nos juzgue. Que Dios prefiere la misericordia antes que el sacrificio y la exclusión. Y que el amor de Dios es infinito, pues va más allá de las legislaciones y las normas humanas, que juzgan, castigan y excluyen.

También debería comprender el Papa que no se puede ser ‘políticamente correcto’ con todo el mundo. Quizás sería bueno acabar de tomar partido y sincerarse: o se es o no se es. (O)

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