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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Comicios en EE.UU., entre la frustración y la esperanza

13 de mayo de 2016

En 2007 se publicó una síntesis autobiográfica de Donald Trump, el magnate ‘gringo’ que será el candidato republicano a los próximos comicios presidenciales en EE.UU. Esas memorias se escribieron en el diseño de quienes en EE.UU. requieren de la publicidad para solventar estatus y promocionar a personas o corporaciones, sustancialmente en los principios y los conceptos del suceso y éxito empresarial. En el caso, dicha obra fue planificada y elaborada por un equipo multidisciplinario, dirigido por un prestante periodista norteamericano, Tony Schwartz, articulista del New York Times, Newsweek, Esquire, de la cadena Fox y otros grandes medios. “Soy capaz de cualquier cosa, con tal de ganar”, afirma sin ambages en dichas autorrevelaciones, donde narra en primera persona sus negociaciones y triunfos comerciales, para luego acotar: “A veces, para hacerse con un negocio, no hay más remedio que denigrar a los rivales”. Sus contendores -de origen cubano, Cruz y Rubio-, en la carrera por la nominación partidaria de hace unas semanas, sufrieron el impacto de esas afirmaciones y se retiraron de la contienda, al recibir las pertinentes diatribas contra ambos, similares a las que ellos han utilizado en contra de los mandos progresistas de Latinoamérica. Obviamente en poco tiempo esa retórica vitriólica le llegara a la señora Clinton, la segura postulante demócrata, portadora de la agenda real del partido, pero que arrastra una impopularidad que bien podría ser un bumerán en sus pretensiones de llegar a la Casa Blanca. No obstante, en las futuras elecciones generales norteamericanas no se enfrentarán profundos pensamientos ideológicos, realmente no existen discrepancias de envergadura en los idearios de ambos bandos que desde siempre gobiernan el país del Norte, pues  tanto demócratas como republicanos están plenamente de acuerdo y hasta la fatiga en sus loas al capitalismo, como el leitmotiv del desarrollo del planeta o el control colonial sobre las patrias de su patio trasero y la supervisión del llamado ‘mundo libre’. En temas de política exterior alguna vez hubo eufemísticas diferencias con el bipartidismo. Su momento de crisis ocurrió cuando el aislacionismo conservador se oponía a la participación estadounidense en las dos guerras mundiales. Sin embargo, no tienen pendencias al sostener gendarmerías en el Medio Oriente, que desarrollan tácticas de exterminio al pueblo palestino y trocan la vida de los Estados árabes cuyos gobiernos laicos permitían llegar al orbe islámico, pero que fueron invadidos con falaces coartadas, por la ambición del petróleo; y sus líderes visibles, ejecutados: Karmal, en Afganistán, Hussein, en Irak, Gadafi, en Libia en acto vil. En el reciente pasado sus servicios secretos apoyaron a los talibanes en contra de los soviéticos y hace cuatro años lo hicieron con Isis en Siria contra Assad. Por tanto, no hay diferencias entre ellos.

El realismo geopolítico de la élite dirigencial, de ambas agrupaciones, impulsa el gozo marcial de castigar a quien se oponga a la trampa verbal de su mensaje mesiánico, y por ello la furia del discurso electoral es falso, es un enredo dialéctico que genera confusión o resignación. Empero, la candidatura de George Sanders galvanizando apoyos en la juventud, la intelectualidad de académicos, escritores y artistas y el pueblo llano, alejados de la comodidad codiciosa del orgánico imperial y existe rebelión contra el establishment, genera la esperanza de días mejores. Se ha votado en las primarias del Partido Demócrata por un escapado del sistema, que aunque sus posibilidades de ser designado para terciar en el proceso electoral como nominado de esa facción son escasas, es una señal de los cambios que se incuban en la opinión pública de Norteamérica. Y ocurre que el gran torrente de las palabras, la vacua respuesta del elector frente a fementidos salvadores, puede ser el fin de aquellas formas mañosas del proceso sufragista, en boga en EE.UU., donde el voto popular muchas veces no tiene el valor definitivo para la entronización de un jefe de Estado, y son los barones de los partidos que  deciden, en sus coloridas convenciones, quién es el candidato oficial. Y quizá el gozne de la razón, poseída de verdad, será más que un rayo efímero. (O)




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