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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Cimentar la República

18 de enero de 2016

Antonio José de Sucre, el Mariscal de Ayacucho: “Cuando la América ha derramado su sangre para afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable. Sin el goce absoluto de ambas habría sido inútil su emancipación” (De mi propia mano, 1981). ¿Qué libertad ha sido posible vivir con gobiernos efímeros, sátrapas y enemigos de su pueblo desde que la República se constituyó? ¿Qué Estado emergió de las luchas intestinas de la decadencia colonial que por más de 350 años legitimó un mundo de oprobios, venganzas, violencias y opresiones? ¿Dónde están sus herederos, ilegítimos, que han gobernado por décadas sometiendo a la miseria, a la injusticia a miles y después a millones a sus designios de explotación? Ellos construyeron su historia oficial, sus héroes, sus reinos y reinas, su alcurnia y pedigrí. Su herencia y heredad hacendataria.

Cuando no les convinieron las prácticas monárquicas, alternaron con sus dictaduras patrimoniales y con el imaginario de una democracia excluyente y contradictoria; en la que los demócratas eran ellos y entre ellos, se turnaban el sillón presidencial; y las mayorías consideradas servidumbre feudal. De esa herencia patrimonial se levantaron partidos; soñaron con el bipartidismo familiar que no les resultó; incluso algunos jugaron a ser socialistas y otros aventurados al radicalismo proletario con financiamiento bancario. Afincaron desde lo local, sus aristocracias nacionalistas, sus trajes de frac, gomina y cigarro importado. Inventaron un parlamentarismo con séquitos completos: aduladores, arlequines y payasos. Con sus palitroques, inconaron las constituciones haciendo burladero de la fe popular. Su Estado, ese ente maquinador de diferencias, de abismos sociales, fue su bandera y escudo; su himno, el purgatorio de las almas perdidas en el anonimato de los crímenes cometidos.

Un día amanecieron reclamando ser padres de la patria: sociales, cristianos, demócratas y populares. Invocaron al mercado como su Salvador cuando hasta la Iglesia los rechazaba por pedantes, melindrosos, mezquinos y tacaños. Fueron generosos con los dineros de las arcas públicas y quisieron pasar por justos, notariando los favores políticos. Creyeron que la predestinación les guiaba a cada paso del saqueo social. No vieron que lo que sembraron pronto cosecharían. La sociedad popular se hastió, se asqueó de su inmoralidad y reclamó para sí el derecho a ser libres con justicia. Había República pero vaciada de identidad popular. Había democracia de papel, democracia de escritorio, democracia de maletín. El hastío popular reclamó su lugar en la memoria social. Reclamó que el silencio no era suficiente para rechazar la injusticia. Era necesario un asedio a lo imposible. Cimentar la República. Cimentar el porvenir. Ya no eran suficientes los sueños de las utopías, sino la cruda realidad de la disputa del poder. ¡Que se vayan todos! Todos ellos. Se coreó.

El tiempo no es justo, ni suficiente pero ha sido el necesario para reclamar el retorno de la política, de que el ser humano está por encima del capital y de que la voluntad popular se debe respetar. Si no se respeta la vía de la paz: ¿qué vía queda? (O)

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