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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Brasil: se consuma el golpe de Estado

07 de mayo de 2016

En lo que podríamos decir -parafraseando a García Márquez- ‘crónica de un golpe anunciado’, en forma rápida concluye el proceso mediante el cual la gran burguesía paulista, combinada con el monopolio mediático O Globo y la ayuda externa claramente identificada, terminan con el gobierno de Dilma Rousseff, legitimado con el voto de 54 millones de brasileños.

Este es un golpe no solo contra la democracia en el gran país sudamericano, sino de toda América Latina. Como se investiga en los grandes crímenes, hay que buscar quiénes son los beneficiarios: el vicepresidente Temer, abiertamente impulsor del impeachment, y el PMDB, su agrupación política, que a lo largo de estos años perdió toda credibilidad, pues al tiempo que medraba del poder, centró sus energías en deslegitimar al Gobierno que decía apoyar. Junto a aquel, los más oscuros sectores que por fin se atrevieron a alzar la voz, incluso legitimando el golpe militar de 1964, con el que se iniciaron las dictaduras fascistas en Sudamérica. Y Temer ha sido claro: dará un vuelco a la política económica, anuncio con el cual los ‘mercados’ se sienten satisfechos, pues retorna el tiempo en el cual los poderosos gobernaban en provecho propio.

En la historia de la infamia que tarde o temprano se escribe, quedarán los nombres de quienes, desde el momento que asumió su segundo mandato, han conspirado contra Dilma. Allí están: el perdedor en esas elecciones, Aecio Neves; el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha; el procurador Rodrigo Janot, representante de un poder judicial abiertamente opositor; y el Fiscal General, que a toda costa busca incluir a Rousseff y Lula en la trama de corrupción, en la que -curiosamente- los enemigos de la presidenta están inculpados, sin que para juzgarlos haya la celeridad empleada contra los primeros.

Una vez más se confirma el poder de los medios de comunicación que, como señala el Dr. Francisco Carrión Mena, en un artículo de su autoría publicado en El Comercio, ya declararon culpables a Lula y Dilma, extendiéndose tal veredicto en la prensa internacional. En nuestro país, numerosos periodistas se han pronunciado en tal sentido, sin recordar la vieja máxima de suponer la inocencia hasta que la justicia  demuestre lo contrario. En medios más serios del exterior, no han faltado voces respetables que señalan lo endeble de las acusaciones contra la mandataria, mientras parece más que probada la deshonestidad en la mayoría de sus detractores.

Ha sido débil la reacción de Unasur, la OEA y Mercosur, que estaban llamados a defender vigorosamente el orden constitucional, atacado con un golpe blando, como ahora se utiliza. Ello demuestra que la correlación de fuerzas al interior de esas entidades ha cambiado y carece del vigor que tuvo en los tiempos de Chávez y Kirchner.

La persistencia en el ataque a los gobiernos progresistas puede tener resultados inesperados para quienes confabulan en su contra. La historia no se detiene y el rumbo -finalmente- lo determinan los pueblos, en su marcha indetenible hacia el progreso. (O)

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